Aitor Elizegi Alberdi
En el año 1995 inagura el restaurante GAMINIZ,
ahora ubicado en el Parque Tecnológico de Zamudio, desde donde su cocina
alcanza el éxito a nivel de público y crítica, hasta encontrarse en la
actualidad entre los mejores restaurantes de la
cocina vasca.
Quien redacte la verdadera historia de la cocina española
contemporánea no podrá, si realmente es justo y objetivo, obviar la
desproporción con que juegan algunos de nuestros grandes cocineros a la hora de
pasar el examen de la crítica o del aficionado entendido.
La cuestión no es baladí, pues salir al campo competitivo con un
equipo plagado de estrellas o superior en número, con mejor equipamiento e
incluso con la fama que arrastra el nombre o la saga familiar, cuando no con
las finanzas garantizadas y, por qué no decirlo, con la bendición de antemano
de muchos prescriptores de opinión.
En las andanzas de este fascinante cocinero no ha habido comodines
ni cartas marcadas. Ha ganado la partida, ante todo, con la imaginación, con
una creatividad desbordante fundamentada en el santo y seña de su cocina: el
impacto que asombra a la primera, los maridajes novedosos, los matices
inolvidables, una técnica consumada y una capacidad innata para convertir en
sofisticado todo lo que toca. Su trayectoria, como no podía ser menos, ya tiene
recompensa. Nadie podrá discutir que Aitor Elízegi tendrá un hueco de honor en
la cocina de vanguardia, tanto por sus pioneras y rupturistas creaciones que
refrescaron y dieron alas a sus jóvenes colegas, como por sus inigualables
aportaciones a la culinaria del bacalao, manjar que domina como nadie y que le
ha reportado el título indiscutible de número uno del mundo.
La verdadera aventura de nuestro protagonista comienza junto a su
amado mar de la costa vizcaína, en la villa vacacional de Plencia. Allí, con
los proveedores habituales que a pie de puerto le suministran géneros de lujo,
se labra la fama del Gaminiz, el restaurante que ahora ocupa un antigua caserío
remodelado a tono con su filosofía futurista en el Parque Tecnológico de
Zamudio. Se fraguaban entonces aparentes irreverencias que, con el tiempo,
respetaron las luminarias de los fogones. Preguntaban por él, por los premios
que le concedían; la crítica apuntaba que estábamos ante un genio como nunca
había dado Vizcaya. Platos como las interpretaciones o versiones del pollo
asado, el bonito con tomate, el intocable flan de toda la vida o el café
irlandés asombraban por su fantasía y gama de texturas, formas y colores. Y,
por supuesto, ese bacalao que por estos lares es una religión. En Plencia,
Aitor abruma con sus propuestas: lasaña de láminas del gádido con ostras en
sopa de percebes, carpaccio de gambas con bacalao y espuma de pil-pil, de nuevo
el laminado cristalino y pilpileado con porrusalda y ajoarriero de centollo. El
destino estaba escrito: nuevo local, más riesgo, nuevas inquietudes.
En la actualidad, el Elízegi de Zamudio es más pausado, más
sosegado. El goteo de nuevas sensaciones, qué ironía, nos vuelve ansiosos a sus
admiradores. Queremos más y más, deseamos ver superados, aunque sabemos
imposible, platos como las hojas de pie de cerdo y lima, el cuajo de trufa con
careta adobada, los espárragos a la menta con parmesano y salazón de anchoas,
el bacalao a cuarenta grados o adornado con capuchina y erizos de mar, la
parrillada verde de moluscos. Es la eterna contradicción del gourmet, media
vida suspirando por lo que deparará el futuro y la otra media añorando el
pasado.
Sin laboratorios de investigación, sin infraestructuras
millonarias, sin equipos humanos sobredimensionados, Gaminiz y Aitor Elízegi
demuestran que la gran cocina sigue estando en manos de la artesanía, la
sensibilidad y el talento.
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