EL HOMBRE Y LA COCINA
La cocina enseñó
a hablar y así modeló al hombre, Maestros del
Cucharón, El alegato del Buen Comer, Historia de la Gastronomía Española,
el futuro de la cocina.
INDICE
1. La cocina enseñó a hablar y así modeló al hombre 3
2. Maestros del
Cucharón 11
3. El Alegato del
Buen Comer 33
4. Historia de la
gastronomía Española. 44
5. El futuro de
la cocina 56
·
LA COCINA ENSEÑO
HABLAR Y, ASI
MODELO AL HOMBRE
En el capítulo anterior, hemos
procurado señalar de qué modo la aplicación de útiles abrió al homínido la ruta
hacia el autotrofismo - esto es, la vía hacia el aprovechamiento de tipos de
comida hasta entonces ajenos a la propia especie -. Provisto permanentemente de útiles rudimentarios que maneja atléticamente
(aplicando todo el cuerpo más bien que la mano sola) y que le proporcionan un
complemento somático que antes no tenía, el homínido parece que puede ampliar
su provisión de alimento con alimentos nuevos.
Por ejemplo, imitando el jabalí, puede excavar en busca de tubérculos y
de raíces comestibles, lo que no esta al alcance de su mano desnuda. Pero a la vista salta que esta posibilidad de
ampliar los recursos tropieza con un fuerte obstáculo: lo que otro animal normalmente coge y come, el homínido, aunque
pueda ya cogerlo, en general no lo podría comer, porque le resultaba
imposible de masticar, de ingerir, en fin, de digerir. Con un útil en la mano, podía imitar a una
pantera y matar un mono o un jabalí,
pero no se podía comer, porque tenía que desollarlo antes y carecía de uñas, y
en segundo lugar porque sus dientes (tan
distinto de los de un carnívoro) no eran adecuados para triturar este tipo de
comida. Fue, pues, una hazaña memorable
descubrir la transformación del alimento,
descubrimiento muy difícil, ante todo con el hecho de que se trata de
una práctica que antes nadie había hecho, que no puede imitarse, que es, en
realidad, el esbozo del modo de acción
propio del hombre que le distingue de los demás animales.
El dominio del fuego:
Pero, evidentemente, las cosas no estuvieron maduras hasta que el
homínido no hubo dominado el medio principal de transformación culinaria del
alimento, esto es, el fuego, la aplicación de calor. Ni que decir tiene que el fuego no se
dominó para cocinar, ya que, antes de
dominar el fuego, el homínido no podía ni barruntar este tipo de actividad
que carecía totalmente de precedente en la evolución biológica, de modo que,
cuando se produjo, fue algo
absolutamente nuevo; y, en segundo
lugar, tiene que ser un rarísimo azar que, por efecto de un incendio fortuito
que produzca la transformación de productos naturales en alimento
aprovechable por el hombre ( y lo mismo
hubo de ser con el homínido). El
incendió forestal destruye el alimento, lo carboniza, pero parece casi
imposible que produzca espontáneamente
una aplicación del calor tan
fina, tan delicada, como la necesaria para transformar alimento
ajeno en alimento conveniente para el homínido.
En todo caso, parece totalmente inverosímil que nunca, en la naturaleza, sin guía artificial, este
hecho haya producido con la frecuencia
suficiente para sugerir a un homínido la conveniencia de dominar el fuego para aplicarlo a usos culinarios.
Por otra parte, el fuego espontáneo (provocado, por ejemplo por un rayo) causa en los
animales espanto, y éste si que es un
hecho de fácil observación por el
homínido, que estaba, como los demás, sujeto a él. Las grandes fieras huyen del fuego, y es
concebible que homínidos – ya muy adiestrados en el manejo de útiles - tuvieran la audaz iniciativa de aplicar su habilidad manual a
avisar los rescoldos de un incendio y alimentar con leña la primera hoguera; y,
luego tras disfrutar varias de éstas
como eficaz defensa contra los grandes carnívoros, tuviesen la idea de transportar una tea para encender
otra: de atender celosamente a la
conservación del fuego, a transportarlo en sus desplazamientos. En el escenario tropical me parece lo más
probable que esta aplicación defensiva del fuego fuera la inicial y no
protegerse del frío. (Me inclino a
pensar que el dominio del fuego y de las pieles permitiese al homínido penetrar
en zonas paulatinamente más frías; y no
que, al contrario, el frío haya incitado al dominio del fuego).
La madera ardiendo se convirtió, pues, en un útil nuevo y esencial, que
ya no es, como los anteriores, puramente mecánico, si no que, mediante él, un animal (el homínido) realizo por primera
vez una actividad que ya no era puramente mecánica - como la de todo animal -, sino que aplicaba
acciones mecánicas (romper ramas, disponerlas en la hoguera, transportar una
tea. Etc. Para llevar acabo una
reacción química (la combustión del
carbono y del hidrógeno de los compuestos de la leña en dióxido de carbono y
agua) que desprenden calor, aplicado, en un principio (como se ha dicho)
probablemente para ahuyentar fieras. Hay
que pensar que, desde entonces la hoguera constituyó una protección indispensable del reposo
nocturno de los homínidos: el centro del primer
hogar.
De cómo el homínido aprendió a cocinar:
Desde que se produjo, en tiempo remotísimos, según las investigaciones
antropológicas, esta adopción de la
hoguera, se dieron homínidos que aún no cocinan, ni hablan, de modo que siguen
siendo plenamente animales, pero cada vez más familiarizados y más dependientes
del fuego. Se comprende que, al cabo de
un tiempo sin duda largísimo, esta dependencia del fuego llevara al
descubrimiento capital de técnicas para producir artificialmente fuego y, así liberarse de la atenta preocupación
por mantenerlo. Sea como fuere, dicha
familiaridad con el fuego establecido, ciertamente, las condiciones objetivas
para el descubrimiento de la cocina, tan capital de la evolución que marca la
frontera entre el animal heterótrofo
(el común de los animales) y el singular animal autótrofo, que prepara ya su alimento.
Pues bien, dada la circunstancia
indispensable, -la hoguera nocturna que agrupa a la boda de homínidos -, puede
imaginarse muchos modos posibles de haberse realizado el descubrimiento de la
cocina, aunque con toda probabilidad es difícil que nunca llegue a precisarse cómo. Cuando y con que producto vegetal o animal se
verificó el trascendente hallazgo. Una
posibilidad verosímil es, por
ejemplo, que, en un descuido, cayera
alimento del homínido en el fuego y que,
salvando este rápidamente de la llama, se hubiese observado que había
experimentado un cambio favorable; otra
posibilidad, quizá más probable, es que, por juego (por mera curiosidad
gratuita), homínidos ya muy evolucionados sometieron a la llama a las brasas y
productos vegetales o animales que, crudos, se pudieron ser ingeridos o
dirigidos por ellos, y que observaran tales productos, suavemente atacados por
el fuego, podían ser consumidos. En mi
opinión, debió producirse muy tarde (en época muy alejada ya de la inflexión
del homínido en hombre) este
descubrimiento de algo que no tenía precedentes y que, de hecho, es mucho más
difícil de lo que pueda parecernos hoy,
Probablemente hubieron de transcurrir muchos milenios - tal vez cientos de miles de años – desde
que comenzó aplicarse el fuego como defensa, y, luego, incluso como fuente de
calor hasta que se descubrió su aplicación realmente fundamental a la
transformación culinaria.
Llegado a este punto, conviene que abordemos dos aspectos importantes de
nuestro tema, a saber, la naturaleza de la transformación culinaria y su
difícil intrínseca, y a su entorno trascendencia en la evolución biológica.
Naturaleza y dificultad de la
actividad culinaria:
Para hacernos una idea de la enorme dificultad que hubo de superar el
descubrimiento y los progresos iniciales de la actividad culinaria (dificultad
sólo comparable con la esencial ventaja que ella suponía para el homínido),
vamos a iniciar dos tipos de consideraciones. La consideración del primer tipo es la de
que, en nuestra opinión, el hallazgo de la actividad culinaria precedió a la
palabra, constituyó, de hecho, la
condición para que surgiese la palabra.
Ello, no lo demás significa que el dominio llegó a realizar la primera
actividad ya puramente humana y que, efectuándola, devino, probablemente
pronto, hombre; interpretación por lo demás, de acuerdo con el hondo
pensamiento de Goethe de que en el principio siempre está la acción; en el
proceso de surgimiento del hombre también se originó, pues, en vanguardia su
modo de acción (su transformación artificial de las cosas) y sólo luego, sobre
este modo de acción. Se plasmó su modo
peculiar de experiencia, la experiencia comunicable, el pensamiento. (Un animal, pues, haciendo
algo supraanimal, devino hombre). Así
pues, un tremendo obstáculo que se opuso
a las primeras tentativas con éxito de actividad culinaria (obstáculo de cuya magnitud apenas podemos formarnos idea los hombres,
que contamos con el apoyo de nuestra corriente cultural) tuvo que ser el hecho
de que fueran obra de homínidos, esto es, de animales genuinos, si bien en
trance de venir hombres, es decir, a punto de adquirir la palabra y, con ello,
de constituirse en semejantes nuestros.
En resumen, podemos decir que la cocina fue conquistada por un homínido
de facultades congénitas humanas, o casi
humanas, pero falto aún del instrumento cognoscitivo esencial del hombre, la
palabra, aunque de una apariencia y de una capacidad de observación
desarrollada por ciertos de miles de años de elaboración de útiles; esto es, de un homínido que poseía ya la
autodisciplina que le permitía fijarse y alcanzar algunos objetivos mediatos.
A este tipo de dificultad, inherente al descubridor, hay que sumar las
que implica el descubrimiento, la transformación culinaria, proceso muy fino y delicado de
cuya naturaleza voy a procurar dar una idea desde mi perspectiva de
biólogo.
Los seres vivos de planetas (unicelulares, vegetales y animales) tienen un origen común y todos dependen para
la alimentación unos de otros, de modo muy íntimo. En particular, los animales se alimentan de
vegetales y animales, constituidos todos, como es de conocimiento general, por
células y productos de células; de modo que todos los alimentos, cualquiera que
sea su origen, poseen una especial similitud de composición química con los
demás alimentos y con el mismo que se
devora. A este respecto de la
composición química, todo ser vivo contiene un altísimo porcentaje de agua,
tanto extracelular como intracelular, y, en esta ultima, esta suspendida una
estructura dinámica y sutil - el
protoplasma, constituido fundamentalmente por proteínas - cuyo papel es gobernar continuamente la
incesante transformación, unas en otras, de moléculas disueltas en el agua intracelular – los metabolitos – para
aprovechar en beneficio propio(esto es, del protoplasma) su materia y energía. Ni que decir tiene moléculas, en estado de
perpetuo cambio, por una parte, consume en él su energía y terminan convertidas
en moléculas químicamente inertes y han de ser
repuestas; y, por otra parte, no son unas moléculas cualquiera, sino
moléculas adecuadas y con carga de energía química que son proporcionadas al
ser vivo por su alimento, sin el cual, como es obvio, todo ser vivo perece
pronto., Por lo demás, está en la lógica
de las cosas el hecho de que la fuente total
(en los animales) y parcial (en las plantas) de estás moléculas
alimenticias sean el cuerpo muerto de otros seres vivos, de los que son
aprovechados no sólo los metabolitos y el protoplasma, sino la materia de
reserva y las estructuras de sostén que los seres vivos produjeron, a su vez, a
partir de su alimento. Todo ello es la
tumultuosa pero ordenada rotación de materia y energía a través del conjunto
interdependiente de todos los seres vivos de la biosfera terrestre.
Según lo anterior, el agua es el sustrato donde se produce, en la
intimidad del cuerpo de los seres vivos, todas las reacciones químicas (el
llamado metabolismo) de las que continuamente surge la vida; y no sólo esto,
sino que el agua misma participa activamente en todas estas reacciones. De este quimismo fisiológico surgen, crecen y
se multiplican todos los seres vivos,
Como unos seres vivos se alimentan de otros (en particular los animales
que viven de vegetales o animales), podemos afirmar que, en la naturaleza, todo
alimento resulta de otros en el curso de complejas acciones químicas producidas
en el seno de agua líquida y por tanto transcurridas dentro de un margen muy corto de temperaturas,
a saber, entre algo más de cero grados
(como límite mínimo en que se congela el agua) y unos cincuenta grados (límite
máximo en que se desorganiza el protoplasma que gobierna el quimismo
intracelular). Una conclusión
razonable de lo anterior es que la transformación artificial de un alimento,
propio de otra especie animal, en alimento propio del homínido (y, luego, del hombre- en una palabra, la
actividad culinaria-: 1) ha de
verificarse en el seno del agua, y 2) dentro de un margen de temperaturas, que
no puede exceder mucho de dicho margen de temperaturas, que no puede
exceder mucho de dicho margen superior
para evitar que se destruyan
irreversiblemente demasiadas moléculas del alimento adecuadas para
rendir su materia y energía en nuestro quimismo fisiológico.
Vemos ya, con alguna claridad, el significado científico
de lo que – sin saberlo – se realiza al cocinar y que, por tanto, tenía que verificar ese homínido
que aún no hablaba ni disponía de más
entrenamiento en la nueva dirección
que emprendía en cocinar, que su apariciencia y capacidad de observación
ganadas en la preparación de útiles. Ya hemos señalado la esencial innovación
que supuso el dominio del fuego; a saber, aplicar su actividad animal,
consistente en acciones mecánicas (*), a transformar químicamente leña con gran
desprendimiento de calor que inflama los gases producidos. Pues bien, en la actividad culinaria, el
homínido, de hecho, pasó a aplicar el calor producido en la combustión de la
leña a activar, en el seno del agua contenida en productos vegetales o
animales, otras reacciones químicas tales que rompan las cubiertas de las
células vegetales y animales y las estructuras
de sostén (difícilmente
digeribles unas y otras) y movilicen y vuelvan solubles reservas alimenticias,
etc., y, así, tales reacciones permiten que los propios jugos digestivos del
homínido tuviesen acceso al contenido alimenticio de las células de un alimento
para el que su aparato digestivo no se había adaptado en el curso de
la evolución animal. En resumen, el
homínido, al realizar la primera actividad
culinaria aplico el calor producido en una reacción química, este es, la
combustión de la leña, a activar otras reacciones químicas, a saber, las que
determinan en la práctica culinaria la transformación de una forma de alimento
en otra.
De este modo, el homínido realizó el primer ejemplo de transformación
conducida artificialmente del nivel molecular que, desde la cocina, pasado por
la cerámica, la metalurgia, los curtidos, la alquimia, etc., hasta llegar a la
química moderna, habría de construir el
objeto - junto con la actividad
mecánica - de toda la actividad
artesanal y luego industrial del hombre, hasta que, ya en el siglo XIX, logró
incidir en otros nieles naturales (el electromagnetismo, la energía nuclear, etc). Puede, pues, decirse que la cocina del
homínido inicio y marco la ruta de toda la actividad artificial del hombre,
superpuesta a la mecánica, durante decenas de miles de años y hasta casi
nuestro días.
En conclusión, para obtener resultados convenientes en la actividad
culinaria, la aplicación del fuego ha de ser tan suave y tan medida que
sorprende que haya podido conseguirse por acción y experiencia puramente
animal, esto es homínidos que aún no sabían hablar, podemos decir que la cocina, pues, nació sin
recetas que fue conducida por signos meramente organolépticos, aprendida por mera imitación, y, al servicio de urgentes necesidades
animales. Pero, además, la dificultad se
exalta porque la cocina inicial tenía que realizarse en las condiciones más
difíciles; a fuego directo, sin aplicar más
agua que la contenida en los alimentos, sin vasijas y con útiles más
rudimentarios. Había que lograr la transformación del alimento en sus jugos y
(*) De pasada, digamos que los animales se
caracterizan por el modo de actividad mecánica que sólo ellos realizan y que
los define, del mismo modo que las células (que viven en el seno del agua) se
caracterizan por un modo de actividad hidráulica que logran, no por acciones
mecánicas, sino por el gobierno de reacciones químicas ejercido por el
protoplasma; este gobierno del
metabolismo es; a su vez, el modo de actividad característica del protoplasma.
evitando que el oxigeno atmosférico
quemase la comida como hace con la leña.
Sea como fuere, apremiado por el hambre, el homínido logró
transformar, por el fuego, el alimento
propio de otras especies en alimento apropiado para él. A expensas de pérdidas
cada vez menores de materia carbonizada, quemada en exceso. Pues, evidentemente, sólo mucho más tarde
_ ya por el hombre primitivo ayudado por
la palabra-, resultó posible la cocción, innovación esencial de cuyas cuatro grandes ventajas tenemos
ocasión de hablar el próximo capitulo.
La trascendencia evolutiva de la cocina: 1) la cocina hace del homínido
un animal autótrofo
La práctica culinaria tuvo consecuencias enormes para el porvenir del
homínido, que podemos resumir así: 1)
ella misma le constituye ya en el animal autótrofo, frente a todos los demás
animales heterótrofos por definición, y
2) le pone en condiciones de adquirir la facultad de hablar y, en consecuencia,
de devenir hombre. Consideramos a
continuación estas dos consecuencias sucesivas de la actividad culinaria.
Podemos
definir los seres vivos heterótrofos como aquéllos que encuentran preformado su
alimento, y los autótrofos como los que, de algún modo, obtienen y preparan su
alimento con determinadas materias primas.
Afinando más, podemos decir que la evolución biológica determinada,
produce, el alimento de los heterótrofos que, por tanto, les antecede; en
cambio, los autótrofos obtienen, con su propia actividad, un alimento nuevo
que, como tal, no les antecedía ni les estaba biológicamente destinado. Como expusimos en el capitulo segundo, todas las especies animales son
heterótrofas, en el sentido en el que
cada una de ellas se ha ido adaptando (en el curso de la evolución conjunta de
los animales) es un tipo, cada vez más
determinado, de alimento, que se
encuentra preformado en la naturaleza, y al que la especie se ha adaptado tan perfectamente que todas sus estructuras
corporales se han especializado rigurosamente para hacerse con él y para
ingerirlo y dirigirlo fácilmente; en consecuencia, la población de cada especie
tropieza con el límite máximo infranqueable que le fija la cantidad de su
alimento especifico, cantidad que depende de la proliferación de otros seres
vivos (heterótrofos significan que se alimentan de otros).
Desde que inició su actividad culinaria, el homínido (excepcional, a
este respecto, entre todos los animales)
dejó de estar reducido al alimento propio de su especie, al que hasta entonces había estado
constreñido por su especialización,
establecido a lo largo de la evolución de los animales, y, de hecho, se
le abrió el acceso a explotar grandes cantidades de alimento propio de otros
animales. El manejo de útiles le permitía ya defenderse
con mayor éxito de los carnívoros,
desde que comienza a cocinar, este manejo va a permitirle suplementar su
dieta animal en crudo con nuevas fuentes de alimento, vueltas asimilables, por
el subsiguiente tratamiento culinario.
En pocas palabras, el homínido desde que cocina, se vuelve el animal
autótrofo, esto es, el animal que no se
limita a buscar su alimento, sino que lo prepara y produce (cualidad que
distingue a sus descendientes, los hombres, de todos los demás animales). Ni que decir tiene que este hecho crucial
fue la ocasión inicial del paulatino aumento demográfico que, en unos cien mil
años (período cortísimo frente a los 600 millones de años de la evolución
animal), ha elevado la población desde,
tal vez 100 o 200 mil homínidos a los 7.000
millones de hombres actuales; la
progresiva capacidad de producir más alimento,
iniciada por el homínido, a
multiplicado por 20.000 la población de sus descendientes que puede sostener
hoy la tierra.
La trascendencia evolutiva de la cocina: 2) la cocina da origen a la
palabra.
Claro que el continuo desarrollo de tal capacidad de autotrofismo (de la conquista de nuevas fronteras de
alimento) no se reduce al progreso de la actividad culinaria, ni ha sido obra
de homínidos, sino en su inmensa mayor parte de sus descendientes, los
hombres. Tengo la convicción de que,
precisamente, la primera y mas trascendental consecuencia de la actividad
culinaria hubo de ser la palabra, esto es, nada menos que el cambio cualitativo
del homínido en el hombre. Vamos a
indicar cómo la actividad culinaria estableció las condiciones para la
comunicación entre homínidos, mediante gritos animales, se transformara en la
palabra humana.
Como acabamos de señalar, la
práctica culinaria amplía tanto la provisión de alimento (es tan “rentable”)
que tuvo que imponerse como actividad
regular a los homínidos que la descubrieron. Desde entonces, sus hordas no pueden limitarse
ya a su alimento crudo natural y, junto a éste consumo al (controlarlo) cazan o
recogen alimentos que exigen tratamiento culinario. Este tratamiento obliga a acampar de día en
un lugar en lo posible resguardado y, en todo caso, bien vigilado y protegido
con ayuda del fuego. El fuego, pues, de
ser el escudo de un reposo nocturno mejor defendido que antes, pasó a
constituir, además la fuente energética de una primera actividad artificial
practicada en cooperación y para el provecho común.
La primera consecuencia de este acampamiento diurno hubo de ser que
sustrajo a los homínidos, durante periodos cada vez más largos, de la peripecia
trepidante –impuesta por el ritmo de acción de otros animales-. Propia por la
lucha por la vida, a la que hasta entonces estaba sometido el homínido, como
los demás animales, dentro de sus respectivos medios. El homínido. Al recolectar productos
vegetales y animales. Sigue todavía sujeto ala lucha animal por la existencia
y, en consecuencia, modelado en su conducta y seleccionado de generación en
generación por la conducta de otras especies; pero tiene periodos largos de
vida activa en que su medio está constituido
por otros individuos de la horda con los que coopera principalmente en
la producción (por adecuación culinaria) de su alimento. Veamos ahora como pudo influir sobre la
comunicación oral entre ellos este hecho de acampar para emprender el primer
trabajo (si llamamos trabajo a la actividad en cooperación para transformar
artificialmente la naturaleza).
Puntualicemos, para empezar, que la comunicación entre homínidos, por
gritos animales (análoga, aunque más rica probablemente, que la de otra
especies), llegó a elevarse, en condiciones favorables, a la palabra por el
hecho de que, de algún modo, aquélla posee los elementos de ésta. Ante todo
ambas son un reflejo de la realidad lo bastante fidedigno para que favorezcan
la supervivencia del homínido en un caso. Y del hombre en el otro. Me parece que las dos formas de comunicación
aprovechan el hecho básico de la organización de toda la realidad (resultado de
la evolución cósmica y, en su caso de la biológica) en virtud de la cual, en la
naturaleza, se distinguen seres individuales (agentes) y procesos (efectos
provocados por tales seres), y, además, de tal modo que se repiten los mismos
seres que, en tal caso, provocan a si mismo procesos análogos correspondientes.
Insistiendo en ideas apuntadas en el capitulo cuarto, es obvio que se repiten los individuos de
cada especie vegetal o animal y que las propiedades y conducta son regulares,
características; y lo mismo puede
decirse de los seres no vivos (del agua, del, rayo, de la piedra, etc.) y de
las regularidades que se observan en tantos fenómenos naturales (el curso del
sol, el efecto de los vientos, etc.) Ni
que decir tiene que este encadenamiento regular de seres y procesos es lo que
permite adaptarse conforme a la experiencia, a la realidad siempre cambiante,
pero con un cambio ordenado.
Como ya se dijo, la comunicación oral de los homínidos - sometidos a la dura lucha por la
existencia que les era impuesta por su continua necesidad y por la presencia
agresiva de los carniceros, etc. - estaba constituida por gritos de atención que
han de designar, necesariamente, seres o procesos. Algunos de estos gritos intentaban evocar, en
el oyente, a un ser vivo cuya presencia exige una respuesta inmediata (son
gritos con un contenido semántico de - sujeto - de hombre -, por ejemplo león)
los gritos de otro tipo sugerían, en cambio, una acción que el oyente debe
realizar, o de lo que ha de precaverse (son gritos de fondo semántico de
predicado – de verbo-, por ejemplo, huir, atacar, etc). Ahora bien, en la comunicación oral entran
los homínidos, los gritos, tanto los “sustantivos” como los “verbales”, aunque
probablemente fuesen ya bastante
numerosos (gracias al progreso de la actividad cooperante mediada
por útiles), seguía emitiéndose desvinculados unos a otros, aunque no del
acontecer coherente de la realidad a que nos hemos referido (como, por lo
demás, tampoco lo esta en la comunicación oral entre los animales de otras especies, sin lo que éste carecería de sentido, de
objeto). En efecto, un grito concentraría
instantáneamente la mirada de todos hacía un determinado lugar de la escena
ocupada por ellos, con una atención preparada, bien para percibir a un ser,
bien para realizar un acto (huir, atacar, etc.). Pero solo la vista les precisaría lo que
estaba pasando, el juego completo entre
agente y proceso, es decir, lo que hace el ser anunciado por un grito “sustantivo”
o cuál es el ser a que se refiere la acción evocada por un grito “verbal” en
otras palabras, las dos partes esenciales de la expresión de la realidad-
sujeto y predicado, ser y proceso – que el hombre relaciona en las oraciones de
que consta su lenguaje, en la comunicación oral de los homínidos se componían
necesariamente siempre (como la de otros animales) de los datos de varios
sentidos, de los que destacan el odio, que recoge muy en especial el grito
- anuncio solo la actividad
cooperante del grupo,- y la vista-
anuncio de lo que acontece ante la horda, con independencia de la voluntad de
sus individuos.
Según lo anterior, se nos impone intuitivamente que la vertiente oral de
la comunicación entre los homínidos (el esbozo de la futura palabra) iría
adquiriendo una importancia creciente
a medida de su actividad cooperante fuese sometiendo a su voluntad
nuevos campos, o aspectos de la realidad con la que se enfrentaban. Me inclino
decididamente a pensar que no fue posible que la comunicación oral entre los
homínidos encontrara ocasión de superar el esquema dicho durante todo el
período en el que los homínidos, entregados exclusivamente a la búsqueda de su alimento crudo (natural),
permanecían durante todas sus horas de actividad inmersos en su medio animal (esto es, en relación constante con
otros animales con cuya voluntad, astucia e iniciativa habían de contar tanto
como con las propias); esto es, los
homínidos, o iban en silencio, o se alertaban con gritos para acciones
apremiantes, concretadas, en último termino, por lo que veían hacer a otros
animales tan activos como ellos mismos. Y, en mi opinión, las cosas pudieron
cambiar hasta que los homínidos encontraron el nuevo modo de hacerse con más
alimento aplicado al fuego, y, en consecuencia, acamparon para cocinar.
En efecto, se nos impone que la actividad culinaria implicó un cambio
brusco de circunstancias para los homínidos que la realizaban. Resguardados por la elección de lugares
naturalmente protegidos, por la vigilancia de otros miembros de la horda con la
ayuda del fuego, etc., los homínidos rocinantes se emancipan de la presión
selectiva de otros animales, y, en tanto
cocinan, se constituyen unos a otros en
medio exclusivos. Así, pues, al cocinar, los homínidos saltaron del medio animal al
medio social propio del hombre; y hay que tener presente que, durante
larguísimo tiempo, la actividad culinaria tuvo
que ser la actividad básica de
los últimos homínidos y de los primeros
hombres ya que, por una parte, condicionó e hizo más fructífera la recogida de
fuentes naturales de alimentos, y, en segundo lugar, porque al principio tuvo,
según vimos, que ofrecer muchas dificultades cuya superación progresiva
resultaba entonces más remuneradora que nada.
Estamos ya en condiciones de entender cómo el cambio de circunstancias,
que supuso el hecho de acampar para transformar por el fuego alimento ajeno en
alimento propio, permitió el surgimiento de la palabra. Tenemos unos homínidos cooperantes, vitalmente
atentos a algo que tienen delante (el
alimento en proceso de
transformación) que exige
(como antes lo
hacía la presencia
de algunos animales) una acción conveniente pero que,
ahora por primera vez, depende exclusivamente de la propia voluntad y
experiencia de ellos. En consecuencia,
los homínidos rocinantes han conseguido una conquista esencial de libertad, ya que, en cada
momento, pueden, a voluntad, solicitar la colaboración de otro, comunicándola
doblemente 1) algo continuamente en presencia (algo inerte sometido a cambio
artificial) y 2) la acción que se estima que conviene realizar. Podemos decir que la actividad culinaria proporcionó a los homínidos una conciencia de agente (les
llevo, ante todo, a diferenciar a ellos mismos de su obra) que les permitió relacionar, en las primeras
oraciones, voces “sustantivas” y voces “verbales” en una palabra, la actividad culinaria llevó a hablar al homínido,
esto es, a percibir en la realidad para comunicar a otros, no seres aislados,
ni acciones aisladas, sino el proceso, la relación misma, entre seres
(inicialmente, ellos mismos) y acciones (inicialmente el alimento en proceso de cambio). Y, además los seres, por efecto de la acción
que ejercen o que sufren, se van transformando en otros seres (por ejemplo, en
el caso inicial mismo, el alimento por efecto de la acción culinaria se va
transformando poco a poco); y es evidente que los seres así transmutados tienen
otras cualidades y exigen otras acciones, de modo que las oraciones, desde que
se expresaron las primeras, tienden a encadenarse unas en otras. En definitiva, la palabra, desde que surgió,
ha permitido al hombre (definido precisamente por la facultad de hablar)
someter a experiencia comunicable –enunciar,
comprender,- aspectos cada vez más numerosos y mas complejos del proceso
coherente de toda la naturaleza.
Si bien se mira, no parece nada maravilloso que de la cocina haya
surgido la palabra. Podemos decir que la palabra es simplemente
el modo de comunicación propio del hombre, del animal capaz de transformar la
naturaleza en su provecho, ya que, como hemos visto, la actividad que inicia
con plenitud ese nuevo modo de acción (dicho de otro modo, la primera actividad artificial) fue la
adecuación mediante el fuego, de alimentos recolectados en su estado natural. A esta primera actividad, genuinamente
humanas y alumbradora del hombre, seguirían – encadenándose en el curso de los
siglos, como cerezas sacadas del cesto inagotable de la naturaleza- todas las
sucesivas actividades que el hombre ha ido aprendiendo a ejercer sobre la
realidad para adecuarla en su beneficio, la cerámica, la agricultura y
ganadería, la metalurgia, etc.
Finalmente resulta claro que la palabra constituye la facultad que ha
permitido el incesante desarrollo de la acción transformadora del hombre sobre
la naturaleza, y, ante todo, su
hegemonía sobre los demás animales que le emancipó de la evolución conjunta de
las especies y lo elevó a evolucionar en términos de los demás hombres, de la
sociedad. Es así mismo notorio que,
recíprocamente, el incesante desarrollo
del dominio sobre la naturaleza conseguido mediante la palabra
enriquece, afina y ensancha la palabra en acción del pensamiento. Tanto que el individuo humano y su evolución individual, de generación en
generación (el proceso cultural), son sustanciales con el desarrollo del pensamiento.
Pero analizar lo que sea del pensamiento y su desarrollo está totalmente
fuera del alcance de este librito que
sólo pretende divulgar el esencial hecho evolutivo de que la cocina alumbró la
palabra, de que la cocina fue, pues, la partera del hombre. Con este capitulo, por consiguiente, podría
dar por terminado este ensayo de divulgación biológica; pero un libro destinado
a gastrónomos y a estudiosos del arte
culinario parece muy conveniente que concluya dando una idea del cambio
fundamental que la palabra, hija de la
actividad culinaria, determinó sobre todas y cada una de las
modalidades de la actividad animal del homínido al transformarla en humana,
tomando como ejemplo principal al paladar y el sentido de la cocina misma.
·
Maestros del
cucharón
El Adán, nuestro padre común, cuenta
la Biblia que con los manjares crudos; por lo tanto, si bien fué el primer
hombre, no fue desde luego el primer cocinero.
La costilla que tenia de reserva, como se sabe, no la llegó a emplear para placeres culinarios cosa que
hasta ningún hombre serio ha lamentado. Tampoco el hecho de que irreflexivamente mordiera la
ominosa manzana que nos permite
suponerle un presunto cocinero.
Partiendo de la tesis del
Irlandés Graves, según la cual
el hombre es un “animal culinario” se
podría llegar a la conclusión de que, en rigor, Adán no fue el primer hombre “de verdad”
sino que este honroso lugar le corresponde al desconocido ser que empezó
guisando sus alimentos.
Por motivos bien potentes no podemos seguir la actividad culinaria del
hombre hasta los tiempos primitivos. Sin embargo es interesante consultar el sabor, un tanto impreciso que
algunos escritores gastronómicos marcan la mitología Griega diciendo que Kadmos
o Cadmo, hermano de Heuripides debe ser
considerado como el fundador de la
profesión y el pagano del gremio de cocineros. Las escasas citas antiguas respecto a los
cocineros se los debemos casi exclusivamente al rector Griego Ateneo, quien en el Deipresophletaid – los festines
de los sabios – nos cuentan muchas anécdotas graciosas. Los griegos, hasta los esplendorosos días de Pericles no solicitan el valor de la
diosa Gasterea. Verdad es que entonces
los cocineros de mi profesión eran tan
arrogantes y presumidos que se
convirtieron en una pequeña plaga del estado, y numerosos escritores de comedias utilizan su mala conducta como
blanco predilecto de su mordaz
ironía, es característico el proverbio
lírico de aquella época “cuando el cocinero comete una falta el flautista
recibe los palos”
Ateneo nos transmite los hombres
de una serie de cocineros que dieron fama a su nombre, sea por la invención de
un plato delicado o por la publicación de algún libro de cocina. Sobre tales libros, el benévolo lector hallará un
capitulo especial de en esta obra.
En toda la historia de la humanidad culta se han pronunciado y escrito
no pocos discursos, unos en alabanza y otros en vituperio de la grey
neril. Esto no tiene nada de particular,
sobre todo si se piensa que toda nuestra vida está dominada por el deseo más o
menos inconfesado de proporcionarnos una buena comida. Desde el primer grito del recién nacido que reclama la leche materna, hasta el ultimo
suspiro del moribundo que solicita unas gotas de líquido para refrescar sus
labios secos. El hombre siempre esta bajo el dominio de la gastronomía. Ningún deseo es tan fuerte en el hombre como el de comer y beber. Ni
siquiera el del amor. La más armoniosa unión conyugal corre peligro cuando
escasea la comida “donde no hay harina, todo es mohina”, dice el refrán
castellano, y significativa es la frase que se atribuye a Luís XV, “Dame de
comer, y os haré una buena política”.
Es evidente que en tiempos del Imperio romano, hubo también buenos
maestros de cocina. Pero tampoco de dicha época, con ser ya más próxima,
tenemos demasiadas noticias concretas. Apició, a quien se recuerda
frecuentemente por sus citas gastronomitas, no era un cocinero, sino fino
gourmet con talento literario. Y lo mismo Petronio, el “arbiter elegantia rum”
de la corte de Nerón, quien pensó en blandir el cucharón para ganarse la vida.
***En un
elegante libro de cocina, ya de la edad media,
Marcos Rumpodt nos ofrece una
descripción bastante cruda de lo que podía
esperar de un buen “cocinero palatino”.***
“Un cocinero de palacio, en quien puedan depositar su confianza príncipes y magnates, no tiene
menos importancia que los restantes servidores, por encumbrados que estén. Por
ello el cocinero de palacio debe ser un hombre de gran honradez, buena
presencia, sincero, fiel, sano, limpio, aplicado, amable y muy entendido y
ejercitado en el arte de cocina, ya que su oficio no es excelso como
difícil. Por ello debe ser agradable,
bondadoso, complaciente, modesto, dulce y temeroso de Dios, en todos sus actos
y gestos, y con toda su fidelidad, aplicación y temor de Dios, en todas sus
manifestaciones debe agradar tanto el
corazón y el ánimo de su señor, que sepa granjearse siempre su gracia y favor. Ningún señor aceptará ligeramente a un
cocinero cualquiera, que quizá se embriagué ante de que los entremeses estén
dispuestos. Si el cocinero jefe
de palacio fuese viejo y se hiciera inaguantable y maniático, el señor debe
poner a su lado un ayudante joven, fino, activo
y limpio para que le ayude a atender los encumbrados y múltiples
menesteres de la cocina, y siempre que la necesidad lo requiera esté a su
disposición para cumplir sus órdenes fielmente y de buen grado.
Los demás cocineros a sus órdenes deben tener también experiencia en el
arte de preparar comidas. Es
preciso que los cocineros sean provistos diariamente de servilletas limpias así como de paños de
cocina tanto para manejar las cacharas al fuego, como para la debida, limpieza,
sobre todo, paños blancos para secarse las manos y limpiar la vajilla, todo
ello en abundancia y de buena calidad, pues sólo así se notará el espero.
“El cocinero llevará el pelo cortado y la barba bien rapada y su propia
ropa, sobre todo la blanca, debe estar muy limpia; también los vestidos serán
elegantes, limpios, cortos, no demasiado amplios. De carácter, el cocinero debe ser gracioso,
jovial, obediente, bien dispuesto,
amable y alegre. Cuando la comida
está hecha y apunto de servirse, la mesa de servicio o de cocina debe ser
cubierta por un mantel blanco, limpio y disponer en ellos los platos y
cubiertos, colocando cuidadosamente todo lo que se necesita para el servicio de
los comensales, como limones, naranjas,
aceitunas, queso, azúcar y toda clase de especies, así como cubiertos,
servilletas blancas bien limpias, el pan y toda clase de salsas. De manera
especial debe cuidarse que el cocinero conserve su alegría y buen humor; pero
no tan extremados que llegue a embriagarse.
Estas normas de conducta para los cocineros podrían colocarse aún hoy
día en todo libro de cocina, aunque a veces hubiera que modificar ciertas
expresiones poco corteses, o quizá demasiado reubicadas. Estas palabras fueron escritas hace
cuatrocientos años; el hecho de que aún tengan actualidad en nuestros días, nos
demuestra la importantísima posición que la profesión de cocinero ocupa desde
hace siglos.
Un autor chino
de libros de
cocina, el cual
no era por
cierto cocinero, sino poeta, trata algo
más duramente a los cofrades del sartén. En su libro, hace doscientos
años, se lee lo siguiente: “has de ser severo como un cocinero”.
“En ningún caso el hombre puede obrar con ligereza, pero donde menos
conviene tal abandono es en la grave
cuestión de comer y beber. Todos los
cocineros son gente mezquina y de cualidades bajas basta que un día no les
alabes o les riñas para que se tomen perezosos o negligentes. Si te tragas la comida, aunque no esté bien
pasado, al día siguiente te la servirá cruda.
Si una comida no sabe como es debido, y por educación no dices nada, la
vez siguiente el cocinero descubrirá más aún la salsa. Tampoco debe limitarse a
simples recompensas o castigos. Cuando
te sirva una comida buena, debes mostrarle los motivos por que se ha salido tan
buena; cuando te sirva una comida mala,
también hay que examinar las faltas. Una
comida debe estar sazonada, de tal modo que nunca se deba cambiar nada. Debe estar sobre todo bien cocida.
“Pero si el cocinero es perezoso
y si al comensal todo le es indiferente, las mayores desgracias se derivan de
la comida y de la bebida. Informarse con
exactitud, reflexionar con detenimiento, decidir con prudencia; tal es la tarea
del alumno, enseñar con oportunidad, es la tarea fundamental del profesor. En la comida tiene que suceder lo mismo.
Todo esto no parece muy atractivo;
pero demuestra que ya entonces el arte culinario Chino no estaba en la
cumbre que había alcanzado durante la antigüedad “Sic transit Gloria Mundi”.
Exactamente cien años después el gran gastrónomo alemán Barón Karl
Friedrich Von Rumohr se ocupaba del mismo
asunto. En su notable obra titulada El espíritu de la Gastronomía de José
Koening (1822) leemos el capitulo
siguiente:
“La educación para saber guisar no presenta dificultad alguna. No hay cosa más fácil que comprender el
principio en que se basa:
“En todo en que es comestible exaltarás lo más adecuado a la naturaleza.
Ninguna especialidad en los conocimientos y actividad del hombre presenta más
simplicidad y lógica en la sucesión de sus principios y normas que la
gastronomía, en la cual, muy fácilmente, al cabo de pocas experiencias, se
puede ir reduciendo una norma de la otra.
La dificultad no reside, pues, en el arte mismo, sino en la facultad o
más bien en la incapacidad de quienes se esfuerzan en aprenderla.
“Son muchos los jóvenes y las doncellas que aspiran a dedicarse a
nuestro arte, y no siempre con verdadero cariño y afición. Por lo que piensan sólo en lo que van a
ganar, cosa nada censurable, desde luego, pero primeramente tendrían que preocuparse
solamente del arte, pues una vez que este se denomine, ya nos dará el plan de
cada día con la misma facilidad con que
el árbol produce su fruto maduro. Pues en nada podemos sentir satisfacción
cuando falta el verdadero placer, el verdadero interés.
“Otros acostumbrados a una
veneración demasiado servil del nuestro, se pierde en detalles y en
bizantinismos sobre los métodos de guisar
ya hace tiempo anticuados, resistiéndose a toda comprensión y a todo
futuro progreso por la propia experiencia y a la propia reflexión. Yo he visto ejercitarse en el arte a
cocineros jóvenes que sin duda sabían echar la sal en manjares de acuerdo con
todas las reglas del arte, pero me temo,
a pesar de todo, llegaron a dejar la sopa salada.
También tenemos la verdadera floración de nuestra época: los impertinentes, los precoces. Los que presumen de
inteligentes y expertos. Con
estos todo es
inútil. Hoy día
ya no se encuentran pinches
de la edad que yo tenia
cuando aun no
hacia más que
fregar alegremente platos
y fuentes, lavar
espinacas y realizar
otros menesteres tan
modestos, elementales y necesarios.
Sin estar acostumbrado primeramente a la limpieza y al
orden, sin haber comprendido bien lo esencial del arte, mirando y escuchando
con atención, el pinché de nuestros días ya quiere manejar las sartenes
y aventajar al maestro al primer día. Esto no se puede admitir en modo
alguno. La naturaleza no ha cambiado y
la historia va hacia atrás.
“De maneras especial son las cocineras las que carecen de los
conocimientos más elementales y básicos de su instrucción. Se preocupan más por el atavío y otros
caprichos de la moda. Tonterías de
enamoradas y ligerezas por el estilo y todo esto les impide comprender los conceptos
fundamentales del arte de guisa. En
balde he intentado perfeccionar a
centenares de cocineras como podrá documentarlo con múltiples de ejemplos. Todas las cocinas regidas por mujeres que yo
he inspeccionado, tenía ya desde ya desde por la mañana el aspecto de
lavanderos: Por aquí un cucharón con
hierbas nadando en agua, más allá me daba también la futura ensalada; acullá se
enjuagaba la carne por el cocino, mas lejos la carne de asar abandonada en agua
y pescado también en su elemento; por
todas partes aguas frías.
“Si alguien desea dedicarse al arte culinario debe acostumbrarse con
tiempo al orden, a la limpieza y a la puntualidad, prohibición absoluta de leer
novelas; para instruir su espíritu, el
buen cocinero debe ocuparse de las ciencias naturales, de historia, de
matemáticas; ejercitar su inteligencia, fortalecer su memoria, y proporcionarse
conocimientos útiles y sólidos por el
arte de guisar, que es muy exigente.
Además de eso, le basta con leer mi libro, nada más que mi libro”.
Esto último es lo esencial, hasta el punto de que, con perdón por vanidad, es lo que yo me digo
a mí mismo.
Después de este preludio crítico ya es hora de entonar la primera
canción en los de los maestros del cucharón,
seleccionado aquellos de los que saben cosas más concretas y que han distribuido de manera decisiva el desarrollo de la gastronomia.
Pensamos en primer lugar en el hombre
al que debemos el primer libro de cocina completo, en francés. Se denomina Guillaume Tirel, llamado taillevent, es decir “cortaviento”. El nombre indica ya todo pertenece a la
leyenda. Fue exhumada a mediados del
pasado siglo por el barón Pichón.
Apasionado coleccionista de
libros de cocina, siendo pública en dos elegantes volúmenes allá por los años 1891 y 1982.
Taillevent empezó a los doce años su servicio de pinche en la
corte de la reina Juana Evreux, mujer de Carlos el hermoso. Por vez primera se cita su nombre en el año
1820. Durante veinte años nada sabemos
de él. En 1846, un documento le nombra Keu (queux, Koch, cocinero) la corte del delfín de vienndeis y cuatro años después entra en la casa del
Duque de Normandia, que más tarde fue
rey con el nombre de Carlos V el sabio.
Allí avanzó profesional y económicamente, como se ve con el gran número de cartas de
pago extendidas a su nombre. Así por ejemplo,
sabemos que en el año 1361 cobró Cet
francs d’or pour ses bons et agréables services repetidas veces el rey le llama su “querido cocinero” y hasta una vez
le pidió prestados sesenta y siete francos, cosa que
seguramente no puede suceder a menudo en las cortes reales. Dichos francos debe pagarlos Taillevent en
nombre del rey a un ciudadano fiel” en
honor del monarca, hemos de conseguir que a las seis semanas de reinstituida
cumplidamente.
En 1368, Taillevent fue nombrado sergent dármes y pocos años después
“Primer cocinero del palacio”.
Este rey Carlos V era amante de la bibliofilia y mandó escribir gran
número de documentos, entre otros, uno incluso sobre la cría de rebaños de cerdos, y seguramente debemos también a su
iniciativa, el que Tailleveni fijara por
escrito un sistema de guisar y sus recetas de cocina.
Después de la muerte de Carlos V, allí consigue avanzar el puesto más
elevado que pretender pudiera un cocinero, el de Maestre des garnisons de
cuisine du roi. Los privilegios de que
podía gozar Tal maestre, se hallan
especializados en un escrito y juzgo curioso comunicárselo a mis lectores.
Según tal documento el maestro cocinero tenía derecho llevar directamente las fuentes a la mesa del
rey, y podía ocupar un puesto permanente ante la Chimenea de la cocina
–probablemente era el único lugar del castillo donde se estaba verdaderamente a
gusto cuando hacía frío y muchos nobles andarían buscando apresurados y
tiritando, un puesto más cercano posible a la mencionada chimenea.
Por algo se cita expresamente este privilegio. El maestro cocinero tenía también derecho a
sentarse cuando le pluguiera y a su cargo estaba la cámara de las especies que
entonces constituían un depósito de sumo valor.
Por razón natural de su cargo, era jefe de todos cuanto trabajaban en la
cocina y para distinguirse de ellos llevaba un cucharón que empleaba indistinta
y altamente para probar los manjares y
para dar de palos a sus subordinados.
Era de su incumbencia, poner el mantel de la recamara del comedor acompañado por el cocinero de las
salsas. Dicho mantel debe quedar plegado
en dos; en esta mesa colocaban luego los manteles sus fieles subordinados y allí eran degustados por el maestro de
ceremonias antes de servirse de conformidad con el ceremonial de la corte. A fila india se colocaban los pajes. A su cabeza iba un guardia armado, corriendo
la marcha y al final iba nuestro buen maistre keit. A
éste le impedía aun la tarea, por cierto muy ingrata, de vigilar que los
manjares, Cervantes de la mesa volvieran efectivamente a la cocina, y no se
permitiese por el camino, pues los pollos asados también vuelan al volver a la
mesa. Tal hecho, incluso en nuestros
tiempos, causa la desesperación de más de un maître.
Taillevent murió en el año 1395 y se hallaba entonces en buena
posición. El barón Pichón cree sacar
esta fecha de la misma lápida de Taillevent por él descubierta. Se admite como
cierto que este gran cocinero trabajo profesionalmente en la cocina desde 1326
hasta 1392, es decir durante nada menos
que sesenta y seis años, lo que supone
un trabajo enorme arca que, como veremos más tarde, también fué
alcanzada casi por otro gran maestro de nuestros días.
La mencionada lápida, que se puede ver hoy en el museo de Saint Germain,
nos muestra el artista cocinero en su traje de caballero entre sus dos esposas,
pues estuvo casado dos veces. En el
emblema lleva tres pucheros, flanqueados por sus tres rosas arriba y abajo.
Y pasemos al mérito de Taillevent en el arte de gastronomía, Su obra de
cuya recetas hablaremos más adelante, constituye el lazo de unión entre la
gastronomía clásica, y el arte
astronómico de la edad media, Su libro
denominado Le Blandiré se convirtió
en el fundamento para el desarrollo de la gastronomia. Aunque se haya hallado documentos
culinarios, escritos con anterioridad, la misma de este libro, sin embargo, fue
la de abrir nuevos derroteros. (Le Viandier,
libro que se cree es el primer tratado profesional de cocina escrito en Francia
y que data del siglo XIV).
Marie Antoine Carème. El Genio
Un viento de noviembre, húmero, frío, fustigaba las calles, desiertas de
la ciudad de serna, Titilando, un niño de nueve años se apretaba contra un
hombre delgado, de estatura mediana, que ha juzgar por la conversación, debía
ser su padre. En el rostro del hombre se
denunciaba su exceso de alcohol y sus ojos carentes de brillo natural. Llameaban inquietos. Mientras apresuraban sus pasos y el niño se
esforzaba en seguirle, maldecía jadeante de Dios y del mundo entero. De pronto se detuvo y se llevo a la cabeza
las manos como si le hubiera surgido una genial idea. Lleno de miedo, el niño le miraba con sus
grandes ojos cariñosos.
”! Ven, ven mi pequeño Antonio”,
le dijo, el padre con voz que revelaba una decisión en él poco acostumbrada,
mientras se dirigía a una de las tabernas que abundaban en aquel barrio. El local estaba lleno de clientes y reinaba
allí una atmósfera que producía cosquilla en la nariz del pequeño Antonio,
ambos se sentaron en una sucia mesa. Desde el mostrador la hotelera, una mujer
rolliza, que deseaba los señores.
Aquella mujer parecía conocer bien a Montiene Careme, por lo que
transmitió satisfecha a su cargo de cocinero,
situada detrás del mostrador, muy primitivo y negrecido de humo. Al cabo de algunos minutos salía el plato
solicitado una especialidad de la casa. Noix de boeuf en suprime. Y tanto el hijo como el padre hicieron los
honores al mismo con gran apetito. Como Antonio también pudo beber un vasito de
vino tinto. Sus mejillas pálidas se colorearon dando a su rostro el gracioso
carmia de la manzana, la cara del pequeño,
de rasgos bien pronunciados y sus movimientos vivos, delataban mucha
energía y gran temperamento: la frente extraordinariamente alta a su vez
inteligencia. El padre creía que el niño se parecía a él, y este era el motivo
por el cual le consideraba el predilecto entre los dieciocho hijos que
tenía. Los caréme siempre pasaban
hambre. Las ganancias del obrero eventual no bastaban ni mucho menos para
alimentar a tantos hijos. Además, el padre no se preocupaba demasiado de sus deberes de
esposo, de padre ni de ciudadano. Las querellas familiares y las multas de la
policía eran el pan de cada día en la triste existencia de los Caréme. Con mano insegura acariciaba los rizos del
niño.
-Mi querido Antonio – le dijo en voz baja-; escucha lo que te va decir
tu padre. Por ahí afuera, en el ancho
mundo, la vida es muy hermosa, se vive bien y las personas inteligentes siempre
encuentran un puesto. En nuestra casa,
en la rue du bac. Era una callejuela sucia, no hay más que preocupaciones y
miseria. Apenas llega un rayo de sol a nuestras habitaciones
oscuras y cuando el último de tus hermanos tiene la boca llena, el primero ya
esta pidiendo otra vez comida. Para
cualquier imbécil esto le basta, más para
un hombre inteligente, hijo mió, esto es un infierno. Tú vas a cumplir
en junio los díez años, y a los díez años uno ya puede ser un hombre, si quiere.
Antonio se quedo mirando a su padre con asombro, y su pequeño cerebro se
esforzaba en seguir sus ideas confusas. ¿A donde querría ir su padre con todo
aquello?
Cuando ambos se hallaban de nuevo fuera, otra vez frente al viento frío,
el pequeño sintió instintivamente que su destino le anunciaba un cambio. Llegaron a un paraje para él desconocido por
completo, y allí el padre se detuvo.
Tomo al niño en los brazos, le beso la frente, y mientras le caía las
lagrimas por las mejillas arrugadas,
dijo con voz apagada.
-Pequeño, vete al mundo, a un mundo mejor. Olvida a tu padre y a tu
madre, olvida quien fuiste. Aspira a lo
alto, hazte una lumbrera en el cielo de
nuestro país y si tienes fuerzas para ello, conquista el mundo. Se acerca una época maravillosa, el mundo
entero esta en ebullición, lo malo se derrumba, lo bueno asciende, Antonio, te
abandono a tu destino. ¡Díos! Y antes de que el chico pudiera comprender lo que sucedía, su padre había
desaparecido. Y Hele ahí allí
abandonado, solo, sin padres, sin hogar.
Su pequeño corazón se le oprimía pensando que en lo sucesivo se vería
siempre solo, obligado incluso a dormir en la calle. Las lágrimas que aquel
niño derramó entonces fueron de las más amargas que jamás se hayan vertido.
Pero mientras seguía tu camino, desolado, en aquella fría noche de
noviembre, fue interrumpido por alguien que le llamaba., Era un hombre gordo que apenas se divisaba en
la penumbra del portal de una casa, y Antonio se acerco a el vacilante. Cuando el desconocido oyó la breve
palpitante historia, se llevó al niño al interior y Antonio se halló en casa de
un hostelero que se dedicaba a preparar comidas baratas. Sus especialidades más famosas eran las
Fricasés de conejo y vaca salada. El
niño, espontáneamente sintió simpatía por aquel hombre alegre, de pelo gris, y cuando
este le propuso que se quedase en casa.
Antonio accedió muy satisfecho.
Las lágrimas terminaron pronto y el tierno corazón del niño halló la
paz. Cuando le dedicaron una pequeña
habitación donde podía acostarse, echó
una mirada a la oscuridad de la noche.
Una capa de niebla espectral parecía separar el cielo de la tierra. Sólo una estrella brillaba, sin embargo, a
través de un girón de niebla, y le parecía ver que dicha estrella le hacia un
guiño. ¿Sería verdad que allá arriba
estaría un ángel protector?
Al día siguiente comenzó la carrera más brillante que imaginarse pueda
un cocinero; pero a la vez empezó para el una vida profesional tan dura,
fatigosa y llena de sacrificios como jamás la había tenido cualquier otro.
¡Quien hubiera sospechado que de aquella cocina primitiva situada en un
callejuela de barrio saldría el cocinero
que más tarde alcanzó fama mundiales en todas las cortes de Europa?
Si, allí se inició tu destino, y tal carrera nos parece de sueño. Acaso los tiempos; fueran distintos. Pero no
raras veces dos épocas se parecen tanto como la de entonces y la nuestra.
Cuando Antonio Caréme contaba seis años, empezaba la revolución Francesa y en
el año 1833, cuando cerró sus fatigados ojos aún hervía y bullía en Francia el
vendaval de otra revolución. Exactamente igual como sucede hoy en día, hubo
entonces gentes que intentaban crear un mundo nuevo Se destronaban reyes, se
oprimían pueblos. – La guerra por toda Europa alcanzo hasta el corazón de
Rusia. Los ricos se hicieron pobres, y algunos pobres se enriquecieron.
Hombres dispuestos a la aventura llegaron a generales en pocos años,
simples artesanos se hicieron ministros
y el hijo de un hotelero, incluso llegó a ser rey. Pero dejemos
a parte tales comparaciones, pues todo parangón tiene sus defectos,
sigamos con la extraordinaria vida de nuestro cocinero.
Durante seis largos años Caréme vivió en casa de aquel buen hombre, que
en todo este tiempo le sirvió a su padre.
A los quince de edad, es decir, en el año 1798, se produjo un nuevo
cambio en su vida. Empezó su aprendizaje
en la confitería Baillo, una de las primeras y más hermosas de la capital. Allí el talento innato del joven pudo
desarrollarse rápidamente. Y lo
consiguió de tal modo que ya a los dos años de trabajar en dicha casa era uno
de los mejores y más apreciados operarios.
La carrera profesional de Caréme sigue desde entonces un nuevo rumbo.
En vez de contentarse con su éxito inmediato, se sintió invadido por
todo el celo profesional y protegido por el señor Baillo, se hizo visitante
asiduo de la biblioteca y Gabinete de grabados en acero del Estado. Marie Antonio, que tal era su nombre de pila
completo, se dedicaba allí a copiar numerosos motivos históricos y heráldicos, y
su comprensivo patrón le daba ocasión de ejecutar tales motivos luego como
pieces montées. Cuando en algún palacio
ilustre de la capital se celebra una fiesta,
Ceréme iba allá como extra, para vigilar la composición del buffet y
exponer sus ejemplares “montajes”.
De este modo no solo llegó a conocer todas las cosas aristocráticas,
sino también a una serie de excedentes cocineros, a su vez, le revelaban los
secretos de la gastronomía en general. No pasaba un día en que no hubiera
aprendido algo nuevo, y poco a poco su nombre alcanzó sólida reputación.
En el año 1801 abandonó la casa Bailly para dirigir otra casa de
importancia. Según su convenio, en todo
momento le estaba permitido trabajar como extra fuera de casa, con su clientela
particular. En el palacio del príncipe
Talleyrand no había festín donde se
exhibiera las suculentas obras de arte de Caréme. Pero al año escaso dejo este puesto y en lo
sucesivo solo trabajo como extraordinaire,
en lo que según sus propias noticias gano mucho dinero.
En sus reflexiones nos cuenta que por entonces comenzaron a rebullir sus
primeros enemigos. Así, por ejemplo, le
reprochaban que, en fin de cuentas él sabía crear muy hermosas pieces montées,
porque frecuentaba la biblioteca Nacional, cuando la visita a la Biblioteca era
asequible a todos por lo cual todos hubieran podido aprovechar tal
circunstancia igualmente. La
competencia prefería emplear malas palabras a presenciar mejores trabajos. Por entonces había en Paris
nada menos que doscientas cincuenta y
ocho confiterías.
- Careme se
hizo poco después independiente y hasta el año 1813 fue propietario de una
confitería en la rue de la Paix, con numerosa clientela.
En aquella época hizo progresos gigantescos en sus estudios,
perfeccionó su conocimiento de las costumbres y la vida de los antiguos romanos
y griegos, cosa entonces muy en boga, y
llegó a adquirir una biblioteca
notabilísima compuesta por libros de su profesión. Todo libro que podía
comprar, los adquiría; los demás, los
consultaba en las bibliotecas públicas y particulares.
Hacia el final de esta época,
Caréme empezó su actividad de escritor
sobre temas profesionales, y por primera vez vemos el caso de un hombre
que careciendo casi de toda instrucción, publica los libros de gastronomía más
notables en cuanto al estilo, desarrollo y contenido del tema tratado. Sus
obras culinarias surgieron en la misma cocina, aquella cocina que no tenía
ningún mueble superfluo, y estaba siempre limpio como una sala de recibir. Una
mesita bastaba como escritorio, y después del trabajo cotidiano solía dedicarse
hasta muy avanzada la noche a sus estudios y trabajos como escritor profesional. En su primera obra, con la que sorprendió a todos los entendidos, propugnaba la
creación de una academia, cuya misión seria de instruir a buenos cocineros,
publicar una colección de obras sobre la gastronomía.
Merced a su talento, tuvo siempre el acuerdo llevar a la práctica cuantos conocimientos
había adquirido simplemente en teoría.
Así realizó trabajos excelentes en la cocina de las fullerías. En el Hotel de Ville, en el palacio
talleyrand e incluso en el Eliseo. Allí
trabó conocimiento con un hombre al que, a excepción de Monsieur Bailly, estimó
como a ningún otro. Se trataba del jefe
de cocina Laquipierre, a quién caréme mismo en una ocasión llamo mas tarde su
maestro e instructor. Laquipierre
acompaño a murat durante la campaña, y ala famosa y trágica retirada murió
congelado.
Talleyrand siempre alababa y recomendaba a Caréme, a sí en el año 1814
le vemos entrar en el Elíseo como Jefe de Cocina al servicio del Zar ruso.
Otra vez firmada la paz, el Zar regreso a Rusia y Caréme era esperado ya
con ansiedad por Talleyrand. Un año
después Napoleón intentó de nuevo imprimir su dirección al destino, como todos sabemos, en su fugaz aventura
de los “cien días”.
El Zar
volvió a París y al instante llamó al famoso cocinero Caréme, que alcanzó
entonces gran fama por la organización de algunos grandes banquetes militares,
celebrados durante la estancia del emprendedor ruso.
Después
Caréme siguió de nuevo escribiendo y trabajando con toda intensidad en su
Maître D’hotel, libro que, sin embargo no pudo ser publicado hasta varios años
después. En el año 1816 aceptó una
oferta de la corte Inglesa llegando a ser Jefe de cocina del entonces regente,
más tarde rey Jorge IV.
La
corte de este príncipe fue famosa por
su lujo y opulencia, lo que acarreó
desdichas consecuencias en la salud del regente. Este rey, que adquirió el dictado de The first gentleman of Europé, tenia un estomago delicado y Caréme logró
complacerle, cosa difícil, púes deseaba comer platos suculentos aunque su
estomagó se negaba a admitir cualquier clase de especies. El espíritu inquieto de este artista de la cocina, no soportaba el
clima de Inglaterra, país de nieblas; a
los ocho meses volvió a París, púes,
según dice el mismo, desde su primer día de su estancia en la isla que
le aquejaba la nostalgia. El regente se
despidió de él muy contrariado, más todos sus esfuerzos para hacerle cambiar de
opinión fueron inútiles.
En el
año 1818 tuvo lugar en Arquigrán un congreso internacional al cual asistió
también el Zar Alejandro. Este invitó a
Caréme de nuevo y aquí actuó como cocinero jefe del Zar. Desde Aquisgrán pasó a ser Jefe de cocina al servicio de Lord
Steward, embajador de Inglaterra, en
Viena. Durante otra estancia en París,
supo que el Azar quería llevárselo como Jefe de Cocina del Palacio imperial. Esta vez se trasladó por sus propios medios a
San Petersburgo, a donde llegó en el momento más inoportuno, pues el Zar estaba
a punto de emprender un largo
viaje. Desde luego, Caréme residía, en palacio y podía tratar a todos
los personajes de la corte, más según sabemos de sus memorias, no quedo muy
entusiasmado. En el palacio reinaba una
gran desconfianza, y le metían las narices en todas las fuentes, lo cual
significaba una humillación para aquel gran cocinero.
En
1819 regreso a Francia, sin haber llegado a tomar posesión de su cargo en la
corte. Pasó de nuevo al servicio del
Lord inglés y le fue a ver a Londres, de donde se trasladó de nuevo a
Viena. Su infatigable actividad y sus
viajes llegaron a hacérsele pesados. En
lo sucesivo le vemos como cocinero de palacio del príncipe de Wurttermberg, como jefe de cocina
en la corte de la princesa Bagration, y luego, en la última etapa de carrera,
en la casa que los Rothschild, tenían en París.
Allí trabajó durante seis años completando sus conocimientos prácticos y
teóricos. Se decía de el que no solo era
el mejor cocinero de Europa, sino también el más inteligente y el más
culto. No solo conocía la literatura
profesional de los tiempos antiguos contemporáneos, sino que le era igualmente
conocida toda la buena literatura. Así
Lady Morgan (1783-1859) dama que había
viajado mucho, cuenta en una de sus obras:
“Después de la comida ( en casa de Madme rothschild) vi a Careme. Me pareció un señor inteligente y culto. Le hable de sus obras y él de las mías y lo
hizo como persona muy entendida en literatura”.
En el
año 1829, Caréme se retiró defitivamente
de su profesión, entregándose
exclusivamente a sus actividades de
escritor y a sus estudios de tipo gastronómico científico. Su salud, se hallaba muy quebrada, su
capacidad de resistencia se había debilitado.
Acaso fuese menos la fatiga física, la que le consumiera, que el
cansancio espiritual, la enemistad
eterna, los continuos ataques de sus adversarios, los de los impertinentes de
sus “colegas” produjeran sobre el, sus efectos.
Caréme se volvió raro y mucho de aquellos a quienes había hecho favores le olvidaron pronto. En su modesta casa en la rue Gaumartin.
Número 18. Dictaba a su hija su última obra, la cuisine francaise au XIX
siécle los últimos meses de su vida
tuvo que guardar cama. Algunos amigos
fieles le visitaban con regularidad, y entonces se reanimaba, sobre todo cuando
se discutía de su materia predilecta de cocina.
Los mejores platos que comía eran, sin embargo, los que llevaban sus
amigos y discípulos pues él carecía de recursos.
Además
de sus numerosos libros. Que citamos entre otro lugar, debemos a Caréme una
reforma completa de la cocina. El sentó los principios de la cocina Francesa;
merced a él la cocina se hizo higiénica.
Los cocineros se libraron la esclavitud anterior y pudieron elevarse a la categoría de
artistas; la pastelería se convirtió en
una sección reconocida nada menos que en la arquitectura, y el servició de la
mesa conoció los mayores refinamientos.
Caréme cree el maître d hotel perfecto que
lejos de ser un lacayo daba
instrucciones y denominaba la situación. Si Vatel hubiera vivido en la época de
Caréme. No hubiera llegado a suicidarse, naturalmente. A Caréme le debemos nuestras innovaciones
importantes. Para hacer justicia a su
obra, seria preciso escribir sobre el un extenso libro.
El 11
de enero de 1883, un antiguo amigo suyo le llevó un plato de albóndigas de
lenguado. Cuando dicho cocinero volvió
al día siguiente el estado de salud del enfermo había empeorado mucho, Caréme
notaba próxima su muerte. No obstante,
recibió a su amigo con las siguientes palabras.
_Tus albóndigas estaban
excelentemente preparadas, pero mal sazonadas.
Tampoco la salsa estaba bien ligada. La próxima vez debería.
Caréme
quiso demostrarle que las manos, el movimiento que debía imprimir al cazo, pero
no pudo terminar. Había llegado al límite de su vida. Consumido por la llama de un celo profesional
poco común, deshecho por la mentalidad mezquina de ciertos hombres envidiados,
y fiel a su misión de reformador de la cocina hasta el último minuto. Falleció el más famoso cocinero de todas las
épocas.
Cuando
hubo muerto, sucedió lo que muchos hombres famosos anhelaban durante toda su
vida y solo rara veces consiguen; en todo el país fue ensalzada su obra, sus
enemigos enmudecieron avergonzados e interiormente le pidieron perdón. La hija del gran maestro recibió innumerables
cartas del mundo entero. El marques de
Cussy decía entre otras cosas: “Dos defectos
tenía yo en este mundo: Napoleón y su padre “Talleyrand escribió “en vano
esperarían los siglos siguientes conocer un nuevo Caréme, y el autor de
gastronomía, José Berchoux, dice: “ La gastronomía pierde a un gran hombre y yo a
un gran amigo. El talento de Caréme me
ha inspirado cuando redactaba mi Gastronomie,
Grimod de la Reyniére
escribió: “Si yo hubiera escuchado siempre los consejos de su padre, nunca
hubiera conocido molestias digestivas, Fallece joven pero cubierto de gloria”
En el
año 1894, París se dedico unas calles.
Para
terminar me permitió citar otra frase de las normas de caréme, que demuestran claramente lo poco que nuestro
mundo profesional ha cambiado en los últimos cien años “para todo anfitrión es
una vergüenza que en la mesa se pregunten detalles sobre un plato que aquél
desconoce.”
Alexis
Soyer, el Gil de la cocina
Aquí
presentamos a un hombre que es a la vez gran cocinero y gran aventurero, Toda la vida la vivió caprichosamente, y en
su destino se turnan la fortuna y la desgracia.
Cuando
en París estalló la
Revolución de 1839, Soyer era pinche de cocina en el
Ministerio de Asuntos exteriores. La
plebe enfurecida asaltó el palacio, llegó a las cocinas y empezó a hacer
astillas el mobiliario y hasta se mostró agresiva con el personal. Soyer vio la gravedad del peligro y
esgrimiendo una sopera vacía y un enorme cucharón de palo saltó ágilmente sobre
la mesa. Se puso a dar golpes en aquel
tambor improvisado mientras cantaba a gritos
“La Marsellesa ””. A los pocos instantes su amistad con los
revolucionarios quedó sellada y el valiente tambor improvisado fue llevado en
hombros por las calles, en triunfal
manifestación.
Alexis
Soyer nació en Meaux en 1809. Hizo su
aprendizaje en uno de los mejores restaurantes de París y a los veinte años
escasos ya era cocinero Jefe.
Su
amistad con el pueblo revolucionario duró poco, cosa lógica dada la índole de
su profesión, pues la gastronomía es la
coronación de la comodidad estable y
sucumbe a los períodos de violencia. Soyer,
como tantos otros artistas terminó por emigrar a Inglaterra donde pasó algunos
años defendiéndose difícilmente.
En
1980 le llamaron para desempeñar un alto cargo, el de Maître de la cocina
reform club de Londres, un club muy feudal, y desde entonces todos los
gastrósofos tuvieron ocasión de hablar de Soyer.
Los
ricos miembros de este club aristocrático permitían obrar libremente a este
hombre excéntrico. Lo primero que hizo
fue mandar construir una cocina completamente nueva, ya que la antigua era todavía medieval. Sin temor a los gastos, mandó hacer una
cocina maravillosa. El sector público
por entonces era reproducción de dicha cocina.
Con la leyenda siguiente:
“Esta
rara escena es única en su especie. Nos
presenta un aspecto a vista de pájaro de las maravillosas cocinas de
Reform-Club que ocupan toda la planta baja de este gran edificio. En la producción hemos suprimido las paredes,
para que se pueda abarcar el conjunto de esta interesante empresa. Los distintos funcionarios están en sus puestos. El gran maestro Soyer acompaña a sus
huéspedes denota por los dominios culinarios creados por su genio. Esta obra despierta la admiración de todos
los gourmets cultos y la envidia de todos los cocineros.
Esta
cocina sirvió en lo sucesivo de modelo para todas las grandes cocinas y aún puede servir en
nuestros días, un siglo después. Contaba incluso con hornillos de gas.
Durante
la crisis económica porque atravesó Irlanda en 1848. Soyer propuso al gobierno
inglés que abriese grandes cocinas populares en Dublín. Con los poderes
necesarios. Soyer se trasladó a irlanda y en una de las plazas principales mando
instalar su famosa cocina. La inauguración se hizo con la asistencia de una
multitud de millares de personas que le aclamaban entusiasmadas. Su
organización fué patrocinada por el arzobispo y por el virrey. En ocho
gigantescas calderas se preparó una enorme cantidad de sopa, cada caldera llevaba un letrero con el nombre de la sopa que contenía. El
primer día se sirvió sopa de col, de guisantes, de cebolla, de judías, de lentejas,
caldo de cordero y de vaca. En la inauguración todo el mundo podía sentarse
ante las mesas colocadas en la plaza y degustar las sopas que allí se servían.
Al día siguiente, la comida quedaba reservada para los pobres, los cuales,
provisto del oportuno vale del ayuntamiento, se acercaban en interminables
filas.
Merced
a aquella organización modelo, que puso de manifiesto el talento de Soyer, en
aquellas comidas que sucedieron diariamente, no se produjo la menor
perturbación ní desorden.
Soyer
se convirtió en el héroe del día. En su honor, el virrey le ofreció un
banquete, los ricos buscaban su favor y los pobres lo encomendaban a la gracia
de Dios. El gobierno hizo elaborar proyectos para que tales cocinas populares
se entendiesen igualmente a otras poblaciones. Mas las cosas cambiaron.
Soyer,
hombre activo, redacto rápidamente un libro que llevaba por titulo la cocina de
los pobres. Costaba un precio muy módico y, naturalmente, se vendió enormemente. En el Soyer incluía recetas de cocina
para la comida de los pobres y demostraba que aquellas sopas de legumbres eran agradables y nutritivas
aunque no tuviesen carne Tal afirmación fue
aprovechada entonces por los nacionalistas Irlandeses. Muchos médicos
irlandeses publicaron artículos demostrando
que aquellas sopas no tenían valor
alimenticio alguno, que al contrario, con el tiempo acarreaban
enfermedades orgánicas y otros males. Algún extremista fanático llegó a acusar
al gobierno inglés de que con estas
“sopas del hambre “sólo perseguía el exterminio del pueblo irlandés.
El
final de esta historia fue que Soyer, disfrazado y amparado por las tinieblas
de la noche, tuvo que refugiarse en un barco para no ser víctima de las iras del pueblo irritado a quien él
quiso enseñar las excelencias de la cocina vegetariana.
En
el año 1851, con motivo de la exposición internacional, Soyer hizo
construir en Londres un gigantesco
restaurante modelo. El edificio estaba situado en las proximidades del palacio
de Cristal, y lo denomino Symposium. Las paredes interiores estaban adornadas
con frescos donde se representaban
Los
más famosos monumentos de todas las naciones. Innumerables comedores aparecían
igualmente dedicados a los más diversos países; había una sala rusa, otra
japonesa, otra turca, otra mora. Otros salones muy elegantes estaban dedicados
al Sol, a la luna, Júpiter y otros muchos dioses y astros.
En el
jardín había mandado instalar una gruta de hielo, donde los visitantes podían
refrescasen con las bebidas más
exquisitas. Una gigantesca tienda colocada en el jardín y con cabida para dos mil personas estaba
reservada para los grandes banquetes. El primer gran festín que se dio en la misma fue ofrecido a la
prensa mundial. También en esto era un hombre de iniciativas nuevas, ya
que por entonces la gente de la prensa
no gozaba de la consideración que se le tiene en nuestros días.
Como
es lógico, la cocina de este restaurante
de las mil maravillas era también algo fantástica. Allí había instaladas unas enormes cocinas de gas,
pues Soyer fue el primer cocinero que empleó el gas. En el jardín había mandado
colocar otra cocina especial, que constituía una verdadera atracción. Allí asaba
todas las semanas una vaca entera,
naturalmente ante la presencia del público, que podía gozar de tal espectáculo. Apenas la vaca estaba a
punto la sacaban del enorme asador con
ayuda de una grúa, siendo transporta a la tienda-comedor, donde los acordes el
“Dios salve al rey”, sin ironía de ningún género, la sacrificada vaca era
trinchada con todas las reglas del arte.
A
pesar de todos los esfuerzos, a Soyer no le sonreía la fortuna. Aquel” circo culinario”, como el
pueblo llamó pronto a su empresa, se declaró en quiebra, el buen Soyer y sus amigos perdieron toda su fortuna.
Durante la guerra de Crimea, la reina Victoria
encargó a Soyer la inspección de las cocinas militares y de los
hospitales del ejército inglés, y la
misión de reorganizarlas. La impulsaron
a ello algunas cartas dirigidas al times. Que criticaban durante la situación
del hospital inglés en Scutari. Este
hospital se hallaba dirigido por Florence Nghtingale1820-1910 que más tarde
alcanzo fama universal. Soyer escribió
una carta a Times el 2 febrero de 1855, que llamó mucho la atención de los
círculos de la corte, Soyer cumplió de manera brillante con su cometido.
Colmados
de honores, después de haber sido recibido
por emperadores y reyes, volvió a Inglaterra.
De todo cuanto había visto en aquel viaje escribió un libro muy
interesante, que se pudo considerar como documento literario astronómico
titulado Soyer´s culinary campaign,
Londres 1837.
Soyer
fue siempre un hombre activo. Después de su primer intento literario de gran
éxito, pues logró vender en muy poco tiempo 600.000 ejemplares, una obra a otra, en 1846 publico su obra principal titulada
The Gastronomical Regenerator. En el
mismo año público la cuarta edición a
pesar de que cada ejemplar se vendía a
una libra esterlina cosa que entonces suponía
una suma fabulosa. La séptima
edición apareció en el año 1850. Entre
los compradores figuraban las personalidades más encumbradas de todos los países
Europeos.
Soyer
se había casado en el año 1836 con la pintora
inglesa Emma Jones. Su matrimonio
fué muy feliz, y cuando la mujer, a quien él amaba mucho y que alcanzo gran fama, falleció seis años después toda la
ciudad de Londres. Compartió su dolor. En los periódicos se publicaron numerosos
artículos con gran motivo y todos ellos
revelaban el sincero cariño y la administración de su arte.
Soyer
falleció el 5 de agosto de 1858, a pesar
se sus éxitos y de todos los honores recibidos
murió pobre.
Escribió
muchos libros, también invento una delicada salsa que se determina Sultanas sauce,
un tipo de tetera que aun se emplea, y
unas tijeras para trinchar las aves, que
se usan todavía en muchas casas. Sus
innovaciones en la instalación de cocinas
de barcos constituyeron una verdadera
revolución dentro de la poderosa
flota mercante inglesa. A pesar de todo se había olvidado su nombre
si no perdurase en una bebida de su invención llamada Soyer su
champagne, que constituía una de las especialidades predilectas de Sympostum.
Augusto Escoffier, Emperador de los Cocineros:
Hasta
que punto el hombre de este gran maestro
de la gastronomía nacido en 1847 se ha convertido en un símbolo, fue cosa que solo
comprendí cuando un alto dignatario
suizo proclamaba muy en serio que era el
ciudadano suizo a quien la hostelería del turístico país debe su buena
reputación.
Pues
bien, el personaje en cuestión daba en el clavo, ya que la hostelería de
todos los pueblos civilizados ha de
agradecer mucho a este hombre tan
capacitado, y acaso le podemos considerar como uno de nuestros compatriotas,
pues en primer lugar fueron suizos
quienes le facilitaron su gran carrera
o mejor dicho, los que le
protegieron delicadamente.
Escoffier, cuya labor individualmente consideraba no se
hallaba caracterizada por ningún detalle genial aunque sí como obra de conjunto
de tipo verdaderamente clásico, debe ser recomendado siempre a todos lo cocineros como brillante modelo. Y el
esfuerzo es imitarle bien vale la pena, precisamente en esta época nuestra, no
muy benévola para la gastronomia. Era
escoffier hombre de baja estatura, hijo de un modesto herrero, pero supo
convertir el cucharón en el instrumento esencial de su arte. Hasta entonces el artista de la cocina era más que nada una especie de
arquitecto o escultor y moldeador al
mismo tiempo. Pues bien, sobre tales
desviaciones del arte culinario Escoffier hizo triunfar el paladar.
Fue
el primer cocinero que logró crear composiciones empleando exclusivamente materias comestibles. Su firme convicción de la misión ética del
cocinero. Un paladar privilegiado y su
incorruptible ojo de artista, constituían el fundamento de una carrera
profesional que, por así decir, le llevó de las profundidades del puchero a la
más sublime corte de honor del país.
Es
interesante señalar que su vocación
artística era tan grande que le hizo triunfar no solo como innovador
sino también en aquella especialidad que
pronto abandonó debidamente. Así, por
ejemplo, una de las atracciones profesionales de la primera exposición Francesa
de gastronomia (Paris 1882) – realizada a iniciativa del ciudadano
suizo José Favre – era el adorno de zócalos
de composiciones culinarias y platos diversos con flores de cera y en
este arte se dio a conocer Escoffier.
Esta manifestación artística, hasta entonces inadvertida, se convirtió
de pronto en el tema de discusión de los
entendidos, y gracias a ella el joven artista se vió colocado en el centro de
interés del arte culinaire.
En el
año 1885 publico su primera obra,
titulada Traité sur l’art de trevailler les fleurs en otre: comprendia treinta y seis paginas, al año se
público la segunda edición y en 1910 la
quinta, dedicada a la gran actriz
dramática Sarah Bernardit.
Más
no anticipamos las cosas, y hagamos desfilar cronológicamente la interesante
película constituye la vida de esta maestro.
En
1859 el jovenzuelo entraba de aprendiz en casa de una tía suya, propietaria de un modesto hotel de Niza.
De aquí se puede colegir que su instrucción escolar no desempeñaba un papel demasiado
importante, como no los demuestran los ejemplos anteriores y el del mismo
Escoffier, que se convirtió en uno de los escritores gastronómicos más leídos
de la época. No sabemos muy bien cuales
fueron los conocimientos del arte
culinario que podría adquirir en la hermosa costa marítima de su país.
De
todos modos, los dieciocho años, Ulysse Rohant, el jefe del restaurante de “Petit
Moclin Rouge” le llevó a parís. Esta amistad profesional duró toda la vida y constituye un brillante
ejemplote gratitud.
Cuando
en años posteriores Rohant se veía en la desgracia y agobiado por grandes
apuros, Escoffier le ayudó. Le transmitió los derechos de su primera obra y le proporcionó otros fondos, gracias a lo
cual Rohant pudo acabar su vida sin grandes preocupaciones. Hallándose Escoffier en la cumbre de su
gloria, su primera visita en París se la dedicó a su antiguo y venerado
maestro.
En
1867 fue llamado a filas, sirviendo en infantería. Y en 1870 al estallar la guerra franco
–prusiana, un coronel gourmet le fue a
buscar directamente ala cocina del Pedir
Moulin Rouge” y se le llevo consigo a la fortaleza de Metz. Después de la capitulación. Escoffier se
traslado a Maguncia. Donde el joven
cocinero no le pasaba siempre bien. Como
nos cuenta más tarde de manera muy interesante en la revista profesional Uart
Culinaire. El director del Kursaal de
Wiesbaden, un alemán muy aficionado al arte culinario francés, le liberó de sus
miserias como prisionero de guerra incluyéndole entre los empleados de la
cocina del famoso general Mac-Mahhon, después presidente de la República.
Tras
siete largos años de servicio militar, volvió muy satisfecho a la cocina del
“Pedir, Moulin Rouge”, en los campos eliseos, ya con el empleo de Jefe de
cocina. En 1875 le atrajo de nuevo en
Riviera querida y las aguas turbulentas del loup, donde tanto jugaba de
niño. En el Hotel de Luxembourg tuvo
ocasión de demostrar por vez primera que también gozaba de todas las facultades
requeridas para ser un buen cocinero de hotel de primera categoría. Cuatro años más tarde se traslado a Cannes,
donde dio gran fama al restaurante del
Faisán doré.
Luego
la capital del país parece atraerle de nuevo,
acaso porque echara de menos las relaciones profesionales, que eran más
interesantes en París, con lo que se inicia un gran ascenso. Allí coincide entonces con un grupo de
compañeros que hasta hoy día no solamente
han trazado las grandes líneas del arte culinario, sino que trataban el
problema de la buena cocina también en otro aspecto social.
De
momento, Escoffier es aun Chef en el restaurante Meire, mas pronto
cambia y se traslada a la famosa empresa
chevet, en el Palais Royal. A sus
treinta y cincos años era jefe de cocina, realizando una brillante labor
profesional, ya que dicha casa se hallaba estrechamente relacionada con todo
cuanto tenía alguna importancia gastronómica en Europa. El fundador de la Maison Chevet era un selecto cultivador de rosas pero
muy pobre y de pronto se convirtió en proveedor
de las cortes de toda Europa. La empresa empezó modestamente, hasta
llegar a conocer un auge como en nuestros días ya no se concibe. Chevet
entusiasmaba a Brillat-Savarin, a Talleyrand y a Orloff: mandaba hasta San
Petersburgo sus diners completos con la
vajilla, cubiertos de plata y los cocineros necesarios para el servicio. Chevet
servía las minutas más exóticas en la época más inconcebible y en cualquier
lugar del mundo.
El
fue quien sirvió los dos primeros diners
en la torre Eiffel en 1878, ofrecidos por el constructor. Allí era donde
Escoffier se halla a sus anchas, ya que
podía degustar, laborar, esbozar y crear a su capricho.
La
casa chevet ha favorecido muchísimo el desarrollo de las conservas, y Escoffier
mismo ha corregido muchos métodos equivocados; sólo en este aspecto ha prestado
ya grandes servicios a su país. Acaso su genio nunca se habría desarrollado
plenamente, si no hubiera podido llevar
a cabo unos estudios profundos.
En el
año 1883 fundó con algunos amigos la revista profesional
L;Art culinaire, que antaño gozaba de fama mundial. En 1885, durante el verano, fue por primera vez a Suiza, y en el hotel Nacional de lucerna
tomó contacto con César Ritz, nuestro
famoso compatriota. Durante algunos años
llevó la vida de todos los Saisonniers, es decir, se pasaba el verano en el Pilatus, gozando del magnifico panorama
alpino y en invierno se iba a las costas
del Midi francés, donde reinaban los aires más tibios. El gran cambio se produjo en 1890, cuando Ritz le
confió la dirección de la cocina en el hotel Savoy de Londres, recién
inaugurado. Allí se quedó el gran maestro procurando aprender cada vez
más, hasta el año 1898. Disgustos de tipo administrativo le llevaron a un
cambio completo y Escoffier con toda su tropa se trasladó a París, donde ayudo a sus compañeros Outeaux en la
inauguración del Ritz, hotel de gran lujo sito en la place Vendóme. Un
año más tarde regresaba con Ritz a Londres y en aquella ocasión puede decirse
que le acompañaba un cortejo triunfal. Carlton Ritz, uno de los más famosos hoteles del mundo, fue inaugurado
entonces y en el se desarrollo durante casi una generación la historia del arte
culinario de todo el mundo, ya que hasta 1921 Escoffier no dejo un puesto de
tanta responsabilidad, que le proporcionó tantas satisfacciones. Es admirable: durante sesenta y dos años el gran
maestro Escoffier manejó el cucharón.
En
estos seis decenios el arte culinario ha experimentado quizá la mayor
metamorfosis conocida desde la invención del puchero. Una cocina que arrastraba
aún todo el lastre y todos los accesorios de la
Edad Media se había convertido en un arte
clásico, utilitario. Desapareció como
por arte de magia, todo peso inútil, toda guarnición comestible,
cualquier adorno superfluo.
El
trabajo de la cocina se convertía en una
obra maestra, tanto desde el punto de vista artístico como desde el punto de
vista fisiológico de la nutrición.
Para
inaugurar el Carlton, Escoffier creó su
famoso plato Péches a la Melba ,
que su receta parece un postre pero que en rigor constituye todo un jalón del
arte culinario. Por vez primera hizo
servir tal plato en un cisne de bellas formas cancelado en un huevo se trataba
de un homenaje a la canta-actriz Nellie Melba, y al mismo tiempo a la música de
Wagner. Melba cantaba entonces el papel
de Elsa en el Lohengrin, e impresionó mucho al maestro. (Nellie Melba falleció en 1931.) A su
compatriota Sarah Bernhardt le dedicó otra composición no menos preciada; Las Fraises a la Sarah Bernhardt.
Escoffier
era siempre requerido para todas las inauguraciones. En el año 1913 fué llamado a Hamburgo para
inaugurar la cocina del bello barco “Imperator”, la víspera de este viaje
inaugural, cuando Escoffier cenaba en uno de los restaurantes de Hamburgo, fue alegremente festejado, más no por su
calidad de cocinero jefe, sino como… conde de Zeppelín, pues en su parecido físico con el inventor
del dirigible era tan grande que podían pasar por gemelos. Pasado el incidente, el altivo emperador
mandó que le presentaran a Escoffier, y charló con él largo rato, Escoffier quedó hondamente conmovido por esta
conversación. Guillermo II, que estaba
bastante amable, dijo en el curso de la misma:
-Bueno,
los dos somos emperadores, yo, emperador de los alemanes, y usted de los cocineros.
En
1920 Escoffier fue nombrado caballero de la Legión de Honor, y el entonces presidente de la República Francesa ,
Poincaré, le impuso personalmente la insignia en Londres. Otros ocho años más tarde fue el ministro
Herriot quien, en otro de los banquetes más famosos, le decoró con la rosette
de la Legión
de Honor. En efecto, el 22 de marzo de
1928 tuvo lugar en el Hotel du Palais D Orsay, una comida ofrecida por los
cocineros de París, servida por ellos
mismos, corriendo igualmente a su cargo el marco artístico de la
ceremonia. El autor gastronómico Henri
Reboult fue el encargado de dirigir la cocina.
Docenas
de cocineros crearon con este motivo obras maestras de su arte, pues aunque el
gran maestro también tenía enemigos, aquel día en su honor. Todo el mundo culinario se inclinó a sus
pies.
No
quiero que mis lectores desconozcan la minuta completa de aquel festín:
MENU
Creme
de Volaille - Consominé riche
Saumon
de la Voitre
braisé au Cliquot
Acompagné
décrevisses de I’isole
Baron
de Béhague gamis aux primeurs de la provence
Coq
en páte Palis d’Orsay
Salade
Rosette
Glace
Légión d’Honneur
Roseaux
prealinees des bords du Loup
Corbeilles
de fruits
Friandises
VINS
Médoc
et Graves
Bátard
Montrachet
La
tache Monopole 1921
LES
CHANPGNES
De
Saint Marceaux en Mágnum
G:H:
Mymm, Cordon rouge
Delbeck
brut 1919
Veuve
Cliquot brut 1920, en Mágnum
Heidsieck
Monopole brut 1919
En
1930 se celebró la más brillante exposición suiza de cocina: La ZIKA, Escoffier aceptó complacido el puesto de
presidente de honor, pues tenía una estima especial por Suiza y por sus
cocineros, cosa que, como hemos visto, no era completamente casual.
Podemos
decir aquí que el arte de Escoffier,
basado en pocos principios, no fue siempre seguido por sus compatriotas, los cuales
incluso a menudo lo desdeñaron. Fueron
precisamente los cocineros suizos, que
no contaron mucho internacionalmente hasta principios del siglo XX, los
primeros en adoptar tales y en seguirlas
con sorprendente éxito, por lo cual
desde 1925 se hallaban a la cabeza de los cocineros de toda Europa.
Acaso
se me tache de parcial, mas todo entendido que haya visitado las exposiciones
internacionales desde entonces organizadas, compartirá mí opinión. Esto no es casual, el suizo es
tradicionalmente un obrero de
predecisión. Son proverbiales su exactitud, puntualidad y meticulosidad,
virtudes de máxima importancia en el arte de guisar en nuestros días, que
constituyen los factores, si no
decisivos, al menos muy importante.
Escoffier falleció el 12 de febrero de 1935. Su féretro quedó simbólicamente adornado por
infinidad de flores, naturales y artificiales, aquellas primeras muestras de su
sorprendente habilidad. Su obra
principal. Le Guide Culinare, es famosa
en todo el mundo, se ha traducido a una docena de idiomas y de ella se han
hecho multitud de nuevas ediciones.
Desgraciadamente tampoco a este maestro le sonrió siempre la fortuna,
compartió el destino de todos los artistas, que antes los asuntos materiales
son por regla general bastantes torpes.
Conservemos
la memoria de su genio, recordando su frase:
“Una
buena cocina es el fundamento de la felicidad”
La
obra literaria de Escoffier comprende los libros y folletos siguientes:
Y trairé
su lart de travailler les fleurs en cire
Mémoires
d’un Guisinier de l’Arm’ee du Rhin,
Le
guide culinaire
Le
Lvre des Menus
L’aide-mémoire
culinare,
Le
riz, L’aliment le meilleur, le plus nutritif
La
moure la vie á bon marché
Ma
cusine
Breve
paseo por el jardín culinario
De Escoffier
“El
arte culinario depende en su desarrollo del estado psicológico de la sociedad y
forzosamente sigue los impulsos que de la misma recibe. Donde la situación económica esta asegurada
por un porvenir indeterminado, en una palabra, en el ambiente feliz de quienes
no tienen que andar escatimando dinero, el arte culinario halla el campo más propicio para su desarrollo, porque constituye
el factor más importante de uno de los
placeres más gratos del ser humano. ¿Pero
lo mismo con las demás artes? En cambio,
allí donde la vida de los negocios y las preocupaciones diarias absorben el
individuo, éste obstaculizando por sus cuidados, sólo puede gozar muy
limitadamente de los placeres de la mesa.
No hablemos ya de los humildes, incluso entre gente rica, al hombre de
negocios en plena actividad, la necesidad de alimentarse le parece a menudo más
bien un menester molesto y perturbador, y no se convierte para él en una distracción
ni siquiera en un placer, menos aún en el refinado placer donde el elemento
espiritual roza las cimas del arte. Partiendo de un criterio erróneo, considera
que el tiempo que se pasa sentado a la mesa es tiempo perdido, y exige que le
sirvan rápidamente mientras lee el periódico.
Tal punto de vista es muy sensible
no sólo en interés del arte culinario,
sino también considerando la salud de la propia persona y hasta su misma
capacidad de trabajo que tan celosamente desea conservar. Por eso es un deber social de los cocineros,
y en familia, de todas las buenas esposas, alegrar la vida del hombre
preocupado con la perfección de la comida que les servimos”.
Cuatro
decenios han pasado desde que se escribieron estas líneas. La carrera tras el dinero no ha disminuido, sino que, al contrario, ha
aumentado, pero hemos de confesar que el hombre de negocios que triunfa en
nuestros días se esfuerza también por
respetar los placeres culinarios de la vida.
Hombres de negocios son en nuestra época los grandes mecenas del arte
culinario, y la prudencia y el esmero
con que eligen una minuta es un rayo de luz en medio de esta época, en la que
muchos centros de cultura han quedado sepultados por las bombas.
“Simplifiquemos
lo más posible nuestra manera de preparar los platos y servirlos, pero a la vez
procuremos elevar al máximo la
suculencia y la calidad alimenticia de las comidas, tratando de hacerlas a la
vez más ligeras y más fácilmente digeribles para el estómago. El arte culinario, sin perder su carácter de arte, debe
convertirse en ciencias siguiendo la tendencia de la época, y sus recetas, a
menudo aún demasiado empíricas, tienen que someterse a un método y una
precisión que excluya toda eventualidad
desagradable”.
Hoy
estamos de nuevo en el punto de partida del arte culinario que determinaron los
médicos de la antigüedad, sobre todo Hipócrates. Nunca ha sido tan sensible como hoy la
influencia bienhechora de la medicina en el arte culinario. Podemos decir que se ha cumplido el deseo del
gran maestro de la cocina. Ha sonado la
gran hora de los cocineros, el momento de hacer concordar su habilidad con los
preceptos de los discípulos de Esculapio.
Con
el derrumbamiento del Imperio romano terminó también la costumbre de sazonar
excesivamente los manjares, sólo en la Edad
Media tal costumbre se repitió siendo combatida de nuevo por
el cocinerote la Varenne. El maestro Careme siguió su
obra reformadora, y después de algunos otros cocineros famosos, como Vincent de la Chapalle , Jules Gouffé,
etc, fue Escoffier el que llevó a feliz término esta reforma.
“Todas
la aspiración del cocinero al adornar un hermoso plato, tiene que ser lograda
siempre y exclusivamente por medio de aderezos comestibles, armoniosamente
dispuestos. Una norma absoluta para el porvenir
ha de ser ésta, todo lo que no sea comestible debe ser eliminado del
plato. Y también, la sencillez debe ser
la característica de la presentación”.
Esta
exigencia se ha convertido hoy día en una ley culinaria, especialmente en
Francia en Suiza y en Alemania. Después
de la primera guerra mundial, en los grandes hoteles, donde había por regla general una dirección
antiguada, se veían aún los adornos de las flores de cera, yeso, estearina y de
otro, productos. Una fase intermedia la
han representado las rosas de vivos colores hechas con patatas crudas, que
llenaban muchas fuentes de adornos incomestibles. Ha de tenerse
en cuenta para apreciar tal progreso que si bien una flor de cera es
realmente incomestible, una flor de patata cruda es tan sólo indigesta, o, por
lo menos, muy poco agradable de comer.
El
cocinero moderno, y esto reza también para el ama de casa moderna, adorna sus platos con una guarnición natural
comestible, por ejemplo, verdura, ensalada, etc. Cuando es preciso decorar artísticamente una
fuente, se debe buscar aderezos comestibles de bella forma o que permitan una
buena adaptación, como por ejemplo lechuga, escarola, cardo, berros, tomates,
champiñones, trufas, huevos cocidos, barquitos de hojaldre, alcachofas
rellenas, puntas de espárragos y hasta naranjas o limones, hábilmente
cortados. Pero jamás debe recurrir a las
flores naturales para adornar un plato.
Su sitio son los floreros en la mesa.
·
El
alegato del buen comer
La
vida está sitiada en su castillo de frutas, de viandas, de pescados, de carnes,
de todo lo que constituye el contenido de una buena mesa.
El
asalto final lo preparan científicamente los dietistas, estéticamente los
modistos, religiosamente los ascetas y creyentes practicantes, económicamente
los mercaderes, cronométricamente literario y los relojes.
De
las cocinas huyeron, las horas amorosas de la preparación de platos y pasteles,
y la tristeza disfrazada de preocupación
por la gordura, la línea el pecado, el costo y el tener que estar a
horario, acabó con lo que antes era grato y placentero, sentarse a comer.
Ahora
no se come, Se toma de los platos con
aire de que quiero determinada cantidad
de alimentos que contienen más calorías
de las necesarias. ¡Cuidado con
pasarse o preocuparse! ¡Cuidado! La balanza ha pesado y repesado, en la cocina,
la cantidad precisa, y eso basta. El pan ni verlo. El agua, menos. Vino, jamás Un jugo sin azúcar, desabrido,
completa el sacrificio.
El
que la comida no sepa a nada es la mejor garantía para el dietista o dietólogo,
lo mismo dá. El desabor es como el
desamor. La insipidez se instala en las
mesas, donde antes todo fuera
contento. No falta el
redimen. Llegar a tener asco de los que comen. Verlos como a bestias insanas. Horrorizarse al consultar a los comensales de buen diente. Levantarse de la mesa antes de postre. Jamás un postre. Azúcar, nunca. Sacarina. Usar los cubiertos como pinzas. Una pizca de
mantequilla, leche, pero desgrasada. Las
carnes al fuego. Las ensaladas con limón. Nada más Y no mucha sal. La sal detiene el agua de los tejidos. La gordura es agua con sal. El mar es el gran gordo de la tierra.
Pero
el dietista o dietólogo, además de su
ciencia, inconclusa no actúa solo. Posee auxiliares poderosos. La publicidad.
Prensa, Carteles, cine, radio y televisión despliegan lo mejor de su repertorio
para mantener en sus filas a los adeptos y obtener nuevos renegados, que no
otra cosa que son los que renuncian a los dones de la vida. Toda esta
publicidad conducida por los productores de alimentos para dietas alimenticias.
Cada vez son más las tiendas en que se venden artículos para seguir regímenes
dietéticos. Sal que no es sal, pan que no es pan, café que no es café, tiendas
a las que acuden, satisfechos de vivir una mala
caricatura de la vida, todos aquellos que se conforman con alimentos sin
olor, sin sabor, sin gusto, nutriéndose de substancias, que se diría que lo
único que hacen es engordar en aquel flaco su inhibición.
‘La
buena mesa los ricos vinos los exquisitos postres la muerte! ¡Si, señor, la
muerte pero la muerte viviendo y no la muerte no viviendo, absteniéndose de
todo, negándose a participar en el banquete del vivir!
Pero
a estos del morir voluntarios por culpa de la dietética se añaden los que se
preocupan por la moda. Debía ser “las”, ya que son las mujeres las víctimas de
los modistos. ¿El modisto, es amigo o enemigo de la mujer? Juraríamos que
Es
enemigo. ¿La mujer, para algunos modistos, no es un rival peligroso? ¿Y quién
garantiza que los modistos las afean o masculinizan impulsados por ese
sentimiento inconfesado? La mujer sin líneas. La mujer masculina. Y, para
colmo, las aceptamos. Es la moda, la línea. Los huesos. Huesos con postizos de
plásticos. La línea de los huesos y los postizos, ¡bravo! La vida situada en
sus torres con sus dones, dones que todos rechazan. A dietistas modistos se agregan en esta campaña contra la
vida, el existir, el gozar, el comer, el beber, las religiones. El pecado. El
ayuno. El no promiscuar en día de guardar. Prohibido.
“EL TENER QUE ESTAR CON
HORARIO, ACABÓ CON LO QUE ANTES ERA GRATO Y PLACENTERO, SENTARSE A COMER”.
El
cerdo prohibido, la carne de vaca y los alimentos que ha tocado o que
simplemente ha visto un intocable. La
gula. El infierno. Los inmensos tenedores de fuego en las bocas abiertas de los
que se hartaron. Las caras en forma de
quesos, quesos con agujeros, y por uno de esos agujeros, asomando los ojos
cristalizados por el alcohol. ¡Ah, de lo
que se hartaron ¡Ay, de los que llenaron sus vientres por la gana de comer, no porque tuvieron
hambre! Pero, los no creyentes, los no sometidos a estas reglas religiosas, los
que no creen en la dietética ni se someten a la tiranía de la moda. Para estos quedan los comerciantes en los
ramos de la industria alimenticia que
transforman los comestibles en bagazo, los vinos en agua pintada. Terrible, Terrible, Gato por liebre. Más ácido bórico que mantequilla. Más arsénico que carne. Más hormonas que
pollo. Café sintético, huevos de incubadora, frutas de refrigerador, cortadas
sin madurar. Lo que importa es la
ganancia. Son los dividendos de estos
comerciantes hampones. ¿Qué buena mesa
puede existir con esta serie de sustitutos?
Nada sabe a nada, pero que importa,
no hay tiempo para saborear la comida.
Los relojes marchan contra la vida.
Pocos tienen tiempo para comer. Casi ninguno.
Se entra a los servicios automáticos, tan prácticos tan asépticos, tan
abstractos en sus decoraciones: se toma
una bandeja de material plástico, los cubiertos, un vaso, se acoge una
verdura; se arrebata un plato
caliente - todo esto formando
fila-, se agrega un postre o un mínimo
de queso, una aguja mineral o una
gaseosa dulce, y con un panecillo y una servilleta de papel se cae bajo el tran – tric de la
máquina registradora que en el acto, sobre un pequeño tiquete, marca el costo.
“NADA SABE A NADA, PERO QUE IMPORTA, NO HAY
TIEMPO PARA SABOREAR LA COMIDA, LOS
RELOJES MARCHAN CONTRA LA VIDA”.
En 10
minutos, máximo, se come. Otra máquina registradora, tran-tric, en el
momento en que se paga y a la calle con un palito entre los dientes.
La
tragedia… la fatalidad…. El coro….
La
vida esta condenada a no ser, y no es.
Derrota espectacular. Y la su
presión de la mesa, del convivió, rico o humilde, implica la desaparición de
tantas cosas bellas. Los manteles. ¡Para qué, existiendo el nylon, o las mesas
de formica? Cruel y helado, el
nylon. No importa. No se lava.
La desaparición de las vajillas decoradas, copas y vasos de cristal
tallado, y cubiertos de estilo….¡Para qué cubiertos, si pronto se comerá con
los dedos? Ya se come de pie y con un
solo plato de plástico o de cartón.
Y ya
se come. De diez hombres, ocho
comen. Los demás mueren de hambre. Ya no se trata entonces del buen comer y la
buena mesa, sino del simple comer para vivir.
El bostezo de todos los hambrientos se tragará ese mundo que los
produce.
Otro
mundo queda. El del hombre, el de la
vida. El de los que tienen tiempo para
comer, gusto por la preocupación de los
platos. Labios para saborear el
vino. Los que no están sometidos a las
prohibiciones religiosas, ni a los dictados dietéticos, ni a las normas
de la moda, ni a los horarios implacables, ni a la dictadura de la gran
industria de la alimentación, deben oír este “ alegato del buen comer ”lanzado
desde ésta Hungría imponderable como alacena,
como granero, como arcón de maravillas caseras, fuente de vinos
exquisitos, rivales de los mejores vinos,
pastelería en que los pueblos han dejado
sus secretos, dueña de los foie-gras más delicados, las más famosas
frutas y embrujadora, desde siglos, por el uso sabio de los picantes y las
especias.
Miguel Ángel Asturias
“Comiendo en Hungría”
La
reunión Europea de Periodistas,
Escritores y Editores Gastrónomicos, puso de relieve que la gastronomía no es
la actividad de un grupo de privilegiados o de unas pocas personas que pueden
permitirse el “lujo” de comer bien, sino que “se trata de un conjunto de conocimientos importantes tanto para
la salud como desde el punto de vista cultural y turístico. A la gastronomía le interesa tanto lo que se
refiere al proceso creativo, a la forma y manera de cocinar, a la combinación
de los alimentos, como lo que afecta a la educación de todas las personas, con
el fin de que conozcan en profundidad la importancia de la alimentación para la
salud, Para la satisfacción sensitiva y
cultural y para una actitud económica y social tan importante como el
Turismo. Es preciso entender que la
restauración es en la actualidad un verdadero servicio público, absolutamente
indispensable para los viajeros y, en general, para rodos aquellos que por
razones económicas o de cualquier otro tipo se ven obligados a comer fuera de
sus casas.
Es
necesario que nuestras sociedades se den cuenta que, hoy día, la buena
alimentación depende de una manera muy importante de los establecimientos
públicos y, por tanto, que los restaurantes han dejado de ser un lujo o un
privilegio para convertirse en un servicio
de interés general. Ya no basta
con la cocina casera, sino que es necesario tener en cuenta la cocina
pública. Esa nueva dimensión de la
cocina, a través de los restaurantes, es lo que más va a caracterizar el futuro
de la gastronomía en todo el mundo.
Del
libro de Martínez Lopis se deduce claramente que la cocina evolucionó sobre
todo a nivel regional a través de la cocina familiar. Era en las casas, las amas de casa, quienes
utilizando los productos de la tierra o del mar
preparaban los condicionamientos y conseguían platos absolutamente
excepcionales. Esa realidad histórica
daba a la cocina una extraordinaria variedad, un enorme atractivo, pero también
limitó el desarrollo técnico, como ocurrió en otros campos de la evolución
humana.
Los
actuales medios de transporte la posibilidad de disponer en cualquier sitio y
en cualquier momento de productos
alimenticios que antes eran exclusivos de regiones o de determinadas estaciones
del año va permitiendo romper el carácter regional de la cocina y, poco a poco
llegar a una concepción más universal de los temas Gastrónomicos.
Como
ocurre con toda evolución, los cambios tienen aspectos positivos y
negativos. Para muchos, la cocina esta
perdiendo, junto al carácter, la
variedad y la sencillez. Para otros, en
cambio, los medios modernos hacen posible una cocina de calidad, Para todos y permiten una extensión de
aquellas recetas o de aquellos descubrimientos
que pueden ser más útiles para el ser humano.
En
cualquier caso no se puede luchar contra
la realidad. Y lo cierto es que hoy día
puede encontrarse probablemente mejor pescando en Ginebra, en Nueva York o en
Madrid, que en el litoral. Hoy día puede comerse frambuesas
prácticamente durante todo el año y se encuentran las mismas recetas en
restaurantes situados a muchos kilómetros de distancia. Han aparecido actitudes nuevas como la
“asistencia técnica” en materia gastronómica, algo inédito hasta hace unos
años. Algunos cocineros han abandonado
los fogones y se han dedicado a montar auténticas “consulting” en materia
culinaria” Los jefes de la cocina son
también empresarios y gerentes.
Un
restaurante es un último término una empresa que vende arte, pero que tiene
también todas las exigencias de un negocio moderno, en cuanto a rentabilidad y
planteamiento gerencial.
Por
eso, cuando todo el mundo reconoce que la alimentación es un aspecto
fundamental de salud y constituye poco importante del desarrollo cultural de
los pueblos, no puede olvidarse que hoy día una parte básica de la
alimentación pasa por los
establecimientos comerciales, que la han convertido en un servicio público y en
un negocio. Difícilmente nuestras
sociedades estarán bien alimentadas si en los restaurantes no se sirven una comida adecuada.
Es
evidente que la buena alimentación implica, ante todo, una educación
adecuada. Las gentes de nuestras sociedades
tienen que estudiar todo lo fundamental sobre la alimentación y la nutrición. No tiene sentido que se conozcan fechas y
lugares de muchas batallas y se ignore por completo la diferencia que existe
entre proteínas y nitratos de carbono o que se sepa el papel que desempeñan las
principales vitaminas o cualquiera de los elementos que son indispensables en
una dieta equilibrada.
En la reunión Europea a la
que he referido antes, se acordó proponer a los Poderes Públicos que
adopten las medidas necesarias para que “la ciencia y el arte de la
alimentación” puedan incluirse en las escuelas europeas de todo grado y de todo
nivel en forma de cursos regulares o de conferencias periódicas”.
Partiendo
de esa educación, hay que prestar una atención singular al problema de la restauración, puesto que
una parte importante de las comidas se hacen hoy día fuera de casa.
El
ser humano constituye un ente unitario y, en consecuencia, no pueden aislarse
unos aspectos de otros. Difícilmente la
gente comerá lo que debe si al mismo tiempo esa alimentación no se ajusta a su
presupuesto económico y si no le proporciona un mínimo de satisfacción al
paladar.
“lo
más importante es o debiera ser la salud, No tiene sentido comer alimentos que
no sean bien tolerados en el proceso digestivos no sean los adecuados para una
nutrición perfecta. Pero, como todos
tenemos la experiencia, es importante que esa alimentación adecuada a los
procesos nutritivos tenga al mismo tiempo el complemento de producir la necesaria satisfacción gustativa y pueda obtenerse sin grandes
problemas económicos.
En
resumen, de los cuatro aspectos o enfoques fundamentales bajo lo que puede
considerarse la alimentación el de la
salud, el económico el cultural y el gastronómico en sentido estricto,
es obvio que en orden de prioridades, lo primero es la salud y, por tanto, ahí
es donde debe llevarse a cabo el mayor esfuerzo para que todo el mundo se nutra
como es debido. Pero no es menos cierto
que difícilmente se tendrá éxito en el aspecto nutricional, si al mismo tiempo
no se consigue mejorar el nivel cultural y educativo de los ciudadanos en este
terreno y si paralelamente no se logra un tipo de alimentación, tanto a nivel
particular como en los establecimientos públicos, que combinan unos precios razonables y asequibles con una preparación
satisfactoria para el paladar y, en general, para todos los sentidos.
La
cocina entra por los ojos, se paladea con la boca, se huele por la nariz y se
escucha por los oídos, a través de la conversación. También el tacto tiene su importancia y, por
tanto, el hecho de comer se convierte en algo que afecta a los cinco sentidos y
que forma parte de la cultura como manifestación artística de máxima
importancia.
Para determinar el nivel cultural de los
pueblos atrasados, se utilizan fundamentalmente tres criterios o factores, la música la cocina y la ceramica. En un primer estadio de desarrollo cultural,
los pueblos se expresan a través de manifestaciones que no requieren el
conocimiento de ningún idioma. Sino que
son expresiones puras de su capacidad creativa, y entre ellas está la cocina
como arte de trasformar unas materias primas que ofrece la naturaleza en unos
platos que llegan a producir una satisfacción estética evidente.
Pasemos
ahora a hablar de la “nueva cocina” que ha habido siempre. La cocina ha evolucionado enormemente a lo
largo del tiempo y es obvio que desde la carne cruda que timaron nuestros
antepasados hasta los platos actuales se
ha recorrido un largísimo camino.
Y en
todas las épocas ha habido cocineros,
escritores, personas que han pretendido modificar los hábitos alimentarios y
que han tratado, como es natural, de influir en la forma y en la manera de
cocinar. Estas personas formaban parte
de la “nueva cocina” de su época, así los fueron Taillevent, el platina, el maestro
Martino, la varenne, Marín Menon, Careme, Brillat Savarin, de la Rey- niere Escoffier, Curnorisky, Enrique de Aragón,
Bueza Altamiras, el doctor
Thehussem, Doménech, Bardafí; luis
Antonio de Vega, El marques de Desio, el
conde de los Andes. Etc. El punto común
de todos esos movimientos renovadores ha
sido siempre el tratar de adecuar la manera de comer a la realidad social, a
las formas de vivir y de convivir a la
infraestructura sociológica, al tipo de actividad y de trabajo que realizaban
los hombres y las mujeres.
Y,
por eso la “nueva cocina” se
produce en el momento de aparecer
el fuego
o cuando se inventa
el frió industrial. “Nueva cocina” se produce ante el hecho de que la mujer se queda en casa y tiene, por
tanto, más tiempo de preparar la comida.
Y “nueva cocina” surge cuando aparecen los primeros restaurantes o
establecimientos públicos, que permiten “industrializar” algo tan sencillo como
comer.
En la
época actual aparece la “nueva cocina” como un intento de acomodar una forma
tradicional de servir en los establecimientos públicos a las nuevas
realidades. Cuando el gran auge de los
restaurantes antes de la Segunda Guerra Mundial , los clientes pertenecían casi todos
a las clases acomodadas, trabajaban realmente poco y tenían tiempo y
posibilidad de hacer largas digestiones y, por tanto, tomar platos complicados
y exclusivamente ricos en grasas, siempre difíciles de digerir.
En la
actualidad, los restaurantes están abiertos prácticamente a todo el mundo y
puede decirse que hay países donde el almuerzo de mediodía se hace casi en su
totalidad fuera de la casa.
Es
necesario elaborar una cocina mucho más amplia, capaz de ser ofrecida
simultáneamente a gran número de personas, fácil de digerir, no excesivamente
cara, moderna y actual.
Y
así, primero en la cabeza y en la pluma de unos escritores, como Courtine
Coquet, Aron, Moulin, Amunategui y otros, y más tarde en las manos de los
cocineros, ya citados, empieza a surgir un movimiento de “nueva cocina” como
critica o rechazo a la situación anterior y como un intento de acabar con la
“cocina de palacio”, que era prácticamente la única que servía en los grandes
restaurantes.
Para
ello, los cocineros cuentan con una serie de medios que no existían antes de la Segunda guerra mundial.
Como he dicho antes, con la posibilidad de un transporte casi instantáneo y en
perfectas condiciones de conservación de los alimentos, con unas instalaciones
industriales de conservación de los alimentos absolutamente asombrosas y que recuerdan
centros de control espacial, y con un
consumo regular permanente de alimentos, lo que hace posible una mejor
programación de los stocks y los menús.
Por
otro lado, las guías gastronómicas, las publicaciones, las crónicas y los comentarios
en todos los medios de comunicación social, hacen que los ciudadanos se vayan
convirtiendo en personas más exigentes y, poco a poco, lleguen a ser eso tan
difícil que consiste en convertirse en un “buen cliente”. Porque una parte
fundamental de un buen restaurante lo hacen los propios clientes.
Como
era lógico “la nueva cocina” entra en
seguida en un mundo de exageraciones.
Convierte la imaginación en disparate. Copia sin ton ni son.
Prescinde de platos y de recetas
que eran y siguen siendo perfectamente válidas, se uniformiza, pierde su
variedad y llega un momento en que
prácticamente muchos restaurantes pretenden que se coma igual en todas las
partes del mundo. Así las críticas a esos excesos de la “nueva cocina” se
generalizan y se corre el peligro de perder los aspectos positivos que el
movimiento tuvo en sus comienzos.
Es
indispensable situar el tema en sus justos límites, dejar de pensar que se ha descubierto la cuadratura
del círculo o que la “ nueva cocina” es
un invento revolucionario, para llegar al convencimiento de que efectivamente
es necesario adaptar la forma de comer a la forma de vivir y que, lo mismo que
en otras épocas, también ahora era necesario hacer un esfuerzo de renovación,
con el fin de que podamos comer mejor y, sobre todo, que la comida se
ajuste a nuestras necesidades y nos
permita desarrollar las otras actividades.
Pero
eso hay que conseguirlo, sin vedetismos, sin comercializaciones o “relaciones
públicas” excesivas, sin tratar de arrinconar a los demás, sin deformidades
inaceptables, sin precios disparatados y sin “mesianismos” Si eso se consigue, la “nueva cocina” se
habrá instalado definitivamente en las
costumbres de hoy y habrá cubierto una etapa positiva en la larga historia de
la gastronomía.
En
otro aspecto al que quería referirme necesita ya pocos comentarios, si la
cocina en los restaurantes tiene una enorme importancia en la forma de vida
actual, influye en la salud, se ha
incorporado a los hábitos sociales y constituye un elemento importante de
satisfacción y equilibrio psíquico en este complejo mundo en el que nos ha
tocado vivir, es evidente que no puede considerarse la gastronomía como un lujo o como un privilegio de unas pocas
personas.
Podrá
criticarse, como en tantas otras cosas, que si se favorece el desarrollo
gastronómico de un país se beneficia más a los sectores privilegiados. Pero eso, insistió, afecta también a
cualquiera otra actividad de nuestras
sociedades democráticas y de economía de mercado. No parece lógico tratar de cortar posibles
privilegios, bajando el nivel de calidad para todos. Por el contrario, parece
mejor que todos tengan acceso a una cocina y a una alimentación de más calidad, aunque algunos grupos o
sectores disfruten más de esas ventajas. Lo que habrá que procurar es que,
dentro de un nivel generalizado de calidad, se eviten las injusticias y se
consiga mayor igualdad para todos.
Por
eso la política fiscal en relación con los restaurantes, la formación de
cocineros y camareros, la existencia de escuelas gastronómicas, la educación
del cliente, la existencia de canales adecuados
de distribución a los restaurantes, etc. Son aspectos que debían ser
estudiados y favorecidos por la
administración y por los gobiernos como
una forma de contribuir a la mayor satisfacción de sus ciudadanos.
La
importancia de esa atención administrativa y política es mayor si se tiene en
cuenta la extraordinaria influencia que los restaurantes tienen en un turismo
de mayor calidad. Tanto a nivel nacional
como internacional, los responsables de la política turística en el sector público y en privado deberían
prestar especialísima atención al tema gastronómico, con el fin de garantizar a
los visitantes extranjeros una cocina original, propia del país, adecuada a lo
que piden nuestros visitantes, correcta en los precios, interesante en su
variedad y capaz de constituir uno de
los principales atractivos de un viaje o unas vacaciones.
Acabemos
con ese maniqueísmo del lujo y de los privilegiados y lleguemos a la conclusión
de que todo el mundo come y por tanto, que tratar de que coma mejor es una
obligación tan importante o más que la
de hacer buenas carreteras para que la gente viaje en coche o conseguir que
funcione bien el servicio telefónico.
En la
misma I Reunión Europea de Escritores
Gastrónomos se recomienda a los poderes públicos “que se estudie en cada país
los sistemas y medidas a través de los cuales la Administración
Pública pueda impulsar y promover aquellas actividades que
faciliten la mejora de la restauración en todos sus aspectos. Muy especialmente adoptar aquellas medida de
carácter fiscal y crediticio que permitan a los restaurantes y hoteles mejorar sustancialmente la calidad
de la oferta gastronómica sin un excesivo incremento en los precios.
Quiero
decir como inciso, aunque no haga falta, que obviamente la principal
preocupación de la humanidad en estos momentos tiene que ser dar de comer al que tiene hambre, evitar esa
situación absolutamente increíble en la
que decenas de millones de personas, sobre todo niños, no tienen que comer ni
bueno ni malo.
Eso es
verdad, pero no es obstáculo para que se plantee también como objetivo
importante en sociedades más desarrolladas una mejora sustancial de los niveles
gastronómicos como una forma de contribuir, insistió, a una mejor situación
sanitaria, cultural y psíquica en
nuestros ciudadanos.
Como
decía antes, los restaurantes la calidad son el equivalente a la alta costura
en lo que se refiere a vestirse. La alta
costura no es un lujo de unos pocos, sino un sistema de trabajo de
calidad. Los talleres de alta costura
constituyen una especie de laboratorio donde se estudia, se investiga, se
utilizan nuevas materias y nuevos productos o se encuentran fórmulas y
procedimientos que simplifican, embellecen y abaratan los trajes. En último término, son unos centros de
investigación que hacen luego posible que el “pret a porter” mejore
sustancialmente y, por tanto, la totalidad de los ciudadanos de un país se
vista mejor y disfrute más al vestirse.
Lo
mismo sucede con los grandes
restaurantes, que son centros de experimentación lugares donde se consigue
distribuir nuevas formulas para el tratamiento
de las materias alimenticias, donde surgen los movimientos renovadores de la cocina y
son también escuelas de formación profesional insustituibles que permiten la
preparación de un número muy importante y de profesionales que luego se
desperdigan por todo el territorio del
país. Revitalizando y enriqueciendo
restaurantes de tipo medio o popular, haciendo posible así que la totalidad de
los ciudadanos tenga acceso a un tipo de comida muy superior en calidad y precio a la tradicional.
Para
terminar, el libro de Martínez Llopis,
que se refiere a la historia de la gastronomía de un solo país, España, me da la ocasión de mirar hacia el
futuro y de pensar que en los próximos años asistiremos a un esfuerzo de
coordinación a nivel internacional que
evite los riesgos de una “internacionalización” o “uniformización” de la
cocina, que mantenga las variedades nacionales y sobre todo las regionales,
pero que al mismo tiempo haga posible el planteamiento de los grandes problemas
gastronómicos en ámbitos superiores a la nación, tal y como ocurre en cualquier
otro campo de actividades en nuestros días.
En
este sentido, parece lógico que sea Europa quien tome la iniciativa y, en
consecuencia, que a nivel público y privado se pongan en marcha una serie de
contactos y actividades que hagan
posible a muy corto plazo una mayor armonía,
integración y colaboración, tanto en lo que se refiere en el
intercambio de los restaurantes, como en
lo que se refiere a las publicaciones gastronómicas, a la relación entre
escritores, periodistas y editores, a la existencia de centros de formación profesional comunes,
etc. Pero sobre todo, parece indispensable que esa armonía y esa coordinación
se produzca a nivel de regulación jurídico – administrativa, en el ámbito de la
política fiscal, en el sistema de ayudas estatales, etc.
Los
Periodistas, Escritores y Editores Gastronómicos de Europa, en su I reunión,
tomaron la siguiente conclusión final:
“subrayar con carácter general, la importancia de plantear las
cuestiones relacionadas con la gastronomia, en todos sus aspectos a nivel
europeo y en un marco supranacional, tal y como se hace en otros sectores, sin
perjuicio de defender a ultranza la singularidad regional y nacional de nuestras cocinas”.
Si la
sociedad, el Gobierno y la
Administración no toman conciencia de la importancia que los
restaurantes tienen hoy en día en los niveles de satisfacción de los
ciudadanos, cometerán un gravísimo error
y crearán un factor más de inestabilidad y de desequilibrio social. Es
fundamental que la gente se alimente bien.
Pero también que coma bien en el sentido
cultural y artístico de la palabra.
Obras
como la del doctor Martínez Llopis ponen de relieve lo que la gastronomía y la
cocina han representado para la cultura
de los pueblos. El hecho de que las cocinas más desarrolladas se den precisamente
en los países cuyas culturas han sido o
son más importantes, es una señal inequívoca del paralelismo que existe entre
cocina y cultura, entre salud y cultura,
entre turismo y cultura.
Esperemos
que cuando se escriba la historia de la Gastronomía
de España o de Europa, dentro de cien años, pueda decirse que la gastronomía ha tenido un
papel grande o pequeño, pero positivo, en la evolución de la Humanidad.
RAFAEL Ansón Oliart
Secretario General
De la Academia Española
de Gastronomía
·
HISTORIA DE LA GASTRONOMIA ESPAÑOLA
Cuando
los españoles llegaron a América se encontraron con una serie de manjares, unos
de origen animal y otros vegetales, que
desconocían totalmente y pudieron gustar nuevos sabores inéditos para el hombre
del nuevo continente.
Con
gran entusiasmo, estos alimentos fueron traídos a España y muchos se
aclimataron con éxito, pasando las fronteras y divulgándose por Europa
llegaron a convertirse en platos
exquisitos, solicitados por los más refinados gastrónomos. España correspondió con largueza al regato que le hizo América y al
nuevo mundo multitud de plantas y animales que allí no existían y que fueron el
fundamento de la civilización de Mediterráneo. Allí se aclimataron, unas especies con gran
facilidad y otras con dificultades, pero
en su mayoría tomaron carta de naturaleza en las tierras colonizadoras y
proporcionaron el indio nuevos elementos para enriquecer su alimentación. Algunos produjeron cosechas exuberantes,
tanto que el correr de los tiempos volvieron a su tierra de origen como
productos de importación.
El
trigo, que era tan necesario a los españoles para la preparación de su pan y que fue uno de los pilares sobre
los que se asentó la civilización mediterránea, fue sembrado en la nueva España
por un negro de Hernán cortes, llamado Juan Garrido, que encontró unos granos
dentro de un saco de arroz y los sembró para hacer una experiencia, al menos
así lo afirma Francisco López de Gómara.
Unos historiadores entre los que se cuenta el padre Cobo, afirman que el
trigo fue introducido en el Perú por doña Inés Muñoz, esposa de Francisco
Martín de Alcántara, al paso que otros,
como el Inca Gracilazo, aseguran este cereal fue aclimatado por doña María de
Escobar, esposa de Diego Chávez. Lo
cierto es que este grano no se conocía en América y pronto, al cabo de unos
años, prosperó, disputándole la primacía al aborigen maíz, llegando a cubrir
con sus espigas doradas los templados valles andinos, las planicies de Castillo
del Oro y los llanos mejicanos, recortados en la lejanía por la silueta
humeante del Popocatepel; Aventura
parecida siguieron al centeno y a la cebada, esta última tan necesaria para el
pienso de las bestias, especialmente de los caballos que fueron tan eficaces
auxiliares en la aventura de la conquista, los garbanzos y otras semillas que
arraigaron en los lugares donde el clima era propicio a su cultivo.
Los
planteados olivos que crecían en la llanura Sevillana cedieron sus renuevos
para llevar al Nuevo Mundo de bendición de aceite, base de la cocina
mediterránea, que había de renacer en los fogones criollos, adaptada a los
nuevos alimentos y a las nuevas circunstancias.
Cuenta el padre Cobo que un caballero muy principal y uno de los
primeros pobladores de la ciudad de Lima, en 1560, llamado don Antonio de Ribera, se llevó desde
el Aljarafe sevillano muchas posturas de olivo, plantadas en grandes linajes,
de los cuales sólo se salvaron tres. Los
puso en su huerta bajo la custodia de celosos esclavos y fieros mastines, pero
ni unos ni otros pudieron evitar que una noche fuera hurtada una de las
plantitas recién nacidas, que fue a parar a 500 leguas de distancia en el reino
de chile, donde medró con gran fertilidad produciendo gran número de renuevos
que se fueron transformando en olivos.
El citado don Antonio sólo debió conseguir una de las posturas, que se
mostraba siglos más tarde cerca de la ciudad de Lima. Como un árbol de gran tamaño en medio de un extenso olivar, donde se le
conocía como “el olivo castellano”. Una
segunda plantación fue realizada por Gonzalo Guillén que recibió el canónigo Bartolomé Leones, un
ramito que los primeros cultivados había
ofrendado en la procesión del Santísimo.
Fue cuidado con tanto esmero que dio origen a frondosos
olivos que hicieron la fortuna de su dueño y del mencionado canónigo, pues el precio que
alcanzaron las aceitunas y los renuevos fue harto remunerador. Muchos años tardó en hacerse aceite, pues
preferían conservar las aceitunas en salmuera y venderlas en botijas, dentro y
fuera del reino. Esta misma historia es narrada por Gracilazo,
el Inca. En Méjico y la española, aunque se consiguieron algunos
olivos con gran trabajo, resultaron estériles y apenas quedaron algunos
olivares.
También
los españoles llevaron con ellos la vida Americana para no tener que renunciar
a la fragancia inimitable del vino.
Allí, pletórica de racimos y
nostálgica de su tierra andaluza, la vid hubo de renunciar a Baco y a Isleño
para competir con diosas de horrible catadura y nombre impronunciable:
Mayáhuel, Palécatil, Papáztac, que
ofrecían a sus adeptos brebajes
embriagadores y ardientes, que como la chicha y el octli, que los españoles
llamaron pulque, el bache o el huitztli, adormecían el paladar de los
bebedores, dejándoles insensibles para sentir el suave regusto del vino.
El
padre Acosta que concede la mayor importancia a la vid, “que da el vino y el
vinagre y la uva y la pasa y el agraz y el arrope; pero el vino es lo que importa”, afirma que en las islas no había vides, pero
que en la nueva España aunque había parras y se cogían uvas, no se hacia vino,
sin duda por no madurar los racimos a causa
de las lluvias que se presentaban
en julio y en agosto, no dejándolos de sazonar. El vino se llevaba a México desde la España peninsular o de las
Canarias. En el Perú y Chille habían
abundantes viñas de las que se obtenía el vino de buena calidad.
El
inca Gracilazo de la Vega adjudica a Francisco de
Caravantes, uno de los primeros
conquistadores de Perú, natural de Toledo, el honor de haber introducido en los
Valles andinos las cepas de vid, llevándola desde las islas, Canarias.
Bartolomé de Terrazas, compañero de
Pizarro, que luego pasó a Chile en seguimiento de Diego de Almagro, fue el
primero de que introdujo uvas de su
cosecha en la ciudad de Cuzco. En el año
de 1560 se pisó en Lima el primer vino peruano, merced a Pedro López de
Cazalla, natural de Llerena, secretario del Presidente de la Audiencia. Pedro de la Gasca , que lo obtuvo para
ganar la recompensa que los Reyes Católicos y el emperador Carlos habían
mandado se diese de su real hacienda al primero que lograre en tierra de
América sacar fruto de una planta
importada de España. Así ganó dos barras de plata de a 300 ducados cada una. El primer vino criollo fue aloque, no del
todo tinto, petra tampoco blanco.
El
padre Cobo afirma por el contrario, que el primero que llevó y plantó la vid en
el Perú, fue Hernando de Montenegro, uno de los primeros vecinos de la ciudad
de Lima. Que obtuvo una cosecha
apreciable de uva en el año 1551.
Casi
todas las legumbres y hortalizas que eran de uso común en España fueron llevadas por los
colonizadores a la Española y otras islas de Caribe y de allí
pasaron al continente de la misma forma que lo hicieron los cereales, para
afincarse definitivamente en la Nueva España
y luego en el Perú y Chile. Ya se ha
dicho que el mercado de Méjico estaba abastecido de toda clase de hortalizas,
así Cortés, menciona: cebollas, puerros,
ajos, masfuerzos (berros) borrajas, acederas, cardos y tagarnizas (cardillos) muchas expediciones de semillas llegaban al
Nuevo Mundo procedentes de la
Casa de Contratación de Sevilla. Con referencia al Perú, que fue su lugar de
residencia, el padre Acosta,
escribe: “En conclusión, casi cuanto
bueno se produce en España hay allá, y en partes aventajado, y en otras no tal;
trigo, cebada, hortaliza y verduras y legumbres de todas suertes, como son
lechugas, berzas, rábanos, cebollas, ajos, perejil, nabos, zanahorias,
berenjenas, escarolas, acelgas, espinacas, garbanzos, habas, lentejas, y
finalmente cuándo por acá se da de esto, casero y de provecho, porque han sido
cuidadosos los que han ido, en llevar
semillas de todo, y a todo ha respondido bien la tierra, aunque en diversas partes de uno más que de
otro, y en algunas poco”. El padre cobo, por su parte, afirma: “Las coles,
lechugas, escarolas, borrajas, cardos, más fuerzo, espárragos,
espinacas, acelgas, perejil, orégano,
polco y pimpinela, nacen ya copiosamente en todas estas indias, adonde
se trabajaron de España luego al principio de su pacificación”. En otro lugar, añade:” Todas as plantas traídas de España que restan
del linaje de hortaliza son: melones, calabazas, sandías, pepinos, cohombros,
berenjenas, mostaza, cilantro. Cominos, azafrán, romí, anís y ajonjolí” Gracilazo de la Vega , dice con referencia a
este mismo asunto: “De las legumbres que en España se comen no había ninguna en el Perú; conviene saber, lechugas, escarolas, rábanos,
coles, nabos, cebollas, berenjenas, espinacas, acelgas, yerba buena, culantro,
perejil, ni cardos hortenses, ni campestres, ni espárragos (verdolagas había y poleo); tampoco había visnagas ni otra yerba alguna
de las que hay en España de provecho. De
las semillas tampoco había garbanzos, ni habas, lentejas, anís, mostaza, oruga,
alcaravea, ajonjolí, arroz, ahucema, cominos, orégano, ajenuz, avenate, ni
adormideras, trébol, ni manzanilla hortense ni campestre”. El mismo Inca relata esta curiosa historia de
los primeros espárragos que se comieron en el Perú: “volviendo a la mucha estima en el Perú se ha
hecho de las cosas de España por viles que sean, no siempre, sino a los
principios, luego que ella se llevaron, me acuerdo que el año de 1555 o el de
1556 García de Melo, natural de Trujillo, tesorero que entonces era en el Cozco. De la hacienda de su amistad, envió a
Garcilaso de la Vega. Mi señor, tres espárragos
de los de España, que allá no los hubo,
no supe donde hubiesen nacido, y le envió a decir que comiese de aquella fruta
de España, nueva en el cosco, que por se la primera se le enviaba; los espárragos eran hermosísimos, los dos
eran gruesos como los dedos de la mano y largos de más de una tercia, el
tercero era más grueso y más corto, y todos tres tan tiernos, que se quebraban
de suyo, mi padre, para mayor solemnidad
de la yerba de España, mandó que se cociesen dentro en su aposento al brasero
que en él había, delante de siete y ocho caballeros que a su mesa cenaban. Cocidos los espárragos trajeron aceite y
vinagre, y Garcilaso, mi señor, repartió por su mano los dos más largos, dando
a cada uno de los de la mesa un bocado, y tomó para si el tercero, diciendo que
le perdonasen, que por ser cosa de España quería ser aventajado por aquella
vez. De esta manera se comieron los espárragos
con más regocijo y fiesta que si fuera el ave Fénix, y aunque yo serví a la
mesa e hice traer todos los adherentes, no me cupo cosa alguna” El Garcilaso de
la Vega a que se
refiere el escritor era su propio padre.
Siempre
fueron los frutales el espejo donde se miraba el hortelano español, pero acaso
las naranjas y demás frutos de sumo eran los más apreciados. Los árabes plantaron naranjales y limoneros en las vegas de
Granada y en los huertos de Sevilla y eran sus azahares los que
embalsamaban en la noche primaveral las
calles recónditas y encaladas de las
ciudades andaluzas. Es pues comprensible
que el emigrar al mundo recién descubierto los campesinos de Andalucía, Murcia o Valencia, escondieran en su equipaje
la semilla de esta maravillosa fruta dorada que acaso fuera las manzanas de oro
de Hércules que robó del árbol que custodiaban las Hespérides.
Naranjos
y limones fueron los árboles que en los primeros tiempos de la conquista se produjeron con mayor
facilidad en las islas paradisíacas de las Antillas, Fernández de Oviedo, el historial naturalista, lo
confirma: “Hanse traído, a esta isla española, naranjos desde castilla; e hay acá tantos, que se han aumentado de
ellos innumerables muy buenos, dulce e agros , así en esta ciudad de santo
domingo, como en todas las otras partes
de la isla donde hay poblaciones de cristianos, en sus enredamientos e jardines
e donde quieran ponerlos, y los mismos hay en las otras islas y en la Tierra firme, donde hay
poblaciones de españoles” También el jesuita Acosta confirma esta abundancia de
cítricos en los huertos de la india: “De
árboles, los que más generalmente se han dado allá, y con más abundancia, son
naranjos y limas, y cidras y fruta de este linaje. Hay en algunas partes, montañas y bosques de
naranjales, lo cual haciéndome maravilla pregunté en una isla quién había
henchido los campos de tanto naranjo.
Respondiéronme que acaso me había hecho por que cayéndose algunas
naranjas y pudriéndose la fruta, había
brotado de su simiente, y de la que de éstos y de otros llevaban las aguas a
diversas partes, se venían y hacer aquellos bosques espesos. Parecióme buena razón. Dije ser esta la fruta que generalmente se
hayan dado en Indias, porque en ninguna
parte he estado de ellas donde no haya naranjas, por ser todas las Indias, tierra caliente y
húmeda, que es lo que quiere aquel árbol.
En la tierra no se dan, tráense de los valles o de la costa. La conserva de naranjas cerradas que hacen
en las islas, es de la mejor que yo he visto allá ni acá”.
El
padre Bernabé Cobo hace unas consideraciones parecidas y habla asimismo de la
gran abundancia de naranjas, limas,
dulces, y agrias, limones de los llamados
ceuties, cidras de gran tamaño, toronjas de diversas clases que se
encontraban en la yunca, tierra caliente y húmeda del Perú luego escribe: “trujéronse todas estas
plantas a este reino de Perú tan a los principios, que a los diez años de la
entrada de los españoles en el se daban ya naranjas. La primera que hubo en esta ciudad de Lima
plantó uno de los primeros vecinos
de ella, llamado Baltasar Hago,
en una huerta suya media legua distante de la ciudad, adonde viven todavía los
primeros naranjos”.
De la
feracidad de estas tierras americanas y de la facilidad con que los frutales
importados de España se aclimataron en el
Nuevo Mundo, nos da idea el Inca
Garcilaso, cuando dice: “Es así que
había higos, ni granadas, ni cidras, naranjas, ni limas dulces, ni agras, ni
manzanas, peras, ni camuesas, membrillos, duraznos, melocotón, albérchigo,
albaricoque ni suerte alguna de ciruelas,
ni de las muchas que hay en España; sólo una manera de ciruelas había
diferentes de las de acá, aunque los españoles la llamaban ciruelas y los
indios ussun y esto digo, por
que no la meten entre las ciruelas de España, no hubo melones, ni pepinos de
los de España. Ni calabazas de las que se comen guisadas. Todas estas frutas
nombradas y otras muchas que habrá que no me viene a la memoria las que hay por
este tiempo en tanta abundancia, que ya son despreciables, como los ganados, y
en tanta grandeza mayor que la de España, que pone admiración a los españoles
que han visto la una y la otra “.
Algunos años después de la conquista las frutas importadas de España
abundaban en todas las Indias, Así el padre Acosta que en 1572 residió en la
ciudad de Lima y que tuvo ocasión de hacer largos viajes por todo el Perú,
conociendo el Cuzco Arequipa, la
Paz , Chuquisaca, Picomayo,
y que más tarde estableció su residencia
en la ciudad de Méjico, dice.
“También se ha dado bien,
duraznos, y sus consortes melocotones,
y priscos y albarcoques, aunque éstos más en Nueva España, en el Perú,
fuera de duraznos, de ese otro hay poco, y menos en las islas. Manzanas y peras se dan, pero moderadamente,
ciruelas muy cortamente, higos en abundancia, mayormente en el Perú. Membrillos en todas partes y en nueva España.
De manera que por medio real nos daban cincuenta a escoger, y granadas también
asaz, aunque todas son dulces, agras no se han dado bien. Melones, en parte los hay muy buenos como en tierra
firme y algunas partes de Perú.
Guindas ni cerezas hasta ahora no han tenido dicha de
hallar entrada en Indias; no creo es falta del temple, por que le hay
de todas maneras, sino falta de cuidado y de acierto. De frutas de regalo apenas siento falte otra por allá. De frutas de regalo apenas siento falte
otra por allá. De frutas basta y grosera faltan bellotas y
castañas, que no se han dado hasta ágora,
que yo sepa, en Indias. Almendras se dan, pero escasamente. Almendra
y nuez, y avellana, va de España para gente regalada. Tampoco se que haya nísperos ni serbas, ni
importan mucho”.
Fernández
de Oviedo, dice que en la española y en la tierra firme había muchas
higueras y de muy buenos higos, que se
recolectaban durante la mayor parte del
año. Estos higos eran de los que en Castilla llamaban godenes y en Aragón y
Cataluña de burjazote. Las higueras
perdían la hoja y estaban sin ella parte del año, lo cual no era corriente entre
los árboles de Nuevo Mundo, estas higueras se hacían prontamente viejas, tanto
que en el plazo de seis o siete años dejaban de dar frutos y había que
sustituirlas por otras.
Los
membrillos también se habían traído de castilla, pero no se daban bien y eran
pequeños y no muy buenos. Las palmeras
datileras se aclimataron muy bien y se hicieron muy hermosas, pero los dátiles
apenas se comían por que no sabían
curarlos y prepararlos para el consumo.
El
padre Cobo, que se daban en las Indias varios tipos de manzano, todos traídos
de España, recogiéndose las llamadas vulgarmente manzanas, como peros y
camuesas. Se daban los duraznos, priscos, albérchigos,
melocotones y albaricoques en los templados valles andinos en las estribaciones
de las montañas, si bien en la región de los Llanos los árboles daban
mucha flor e incluso fruto, pero
las flores caían y los frutos se desprendían antes de cuajarse mientras que en las Sierras no sucedía esto y
los árboles se cargaban de fruta, tanta que era frecuente que sus ramas se
desgajasen. Dice el cronista que no vio
melocotones durante los primeros diez años que vivió en Lima. Pero que en 1609, al ir al Cuzco se
preparaban todos estos frutos en forma de orejones, y los que se hacían del
melocotón eran muy apreciados en todo el reino e incluso en España a donde
solían traerlos. Tenían fama los
duraznos y albaricoques de Guamanga, los albérchigos de Arequipa y los
melocotones de Cuzco, pero a todos estos aventajaban los que nacían en los
Llanos y en la costa. De las muchas
variedades de peras que se dan en España, dice este mismo historiar, sólo se
llevaron a América unas pequeñuelas que llamaban cermeñas y que se dieron bien en los Llanos y en los valles
templados de la Sierra
en el reino del Perú y otras dos variedades que solo se cultivaron en la Nueva España , unas mayores que
las cermeñas y otras las bergamotas que se importaron de España en el año
1620. Las ciruelas fueron acaso la
fruta que peor se dio en el Perú, pues aunque los árboles crecían frondosos en
algunas regiones, el fruto no cuajaba.
La única especie de ciruela que los españoles llevaron a América fue la
llamada en la metrópoli, Chabacana y por otro nombre harta bellacos. La qinda fue
muy difícil de conseguir en el nuevo continente, peo a fuerza de cuidados
comenzaron a darse las primeras en el año 1610, en puerto de Buenos Aires y
desde allí se llevaron a Chile, de donde pasaron a Perú, La aclimatación de esta fruta se logró en Mueva España
algunos años antes. El níspero fue poco apreciado por ser una
fruta áspera y desabrida que no podio competir con los delicados frutos
americanos, sin embargo se daba bien en algunos valles de la sierra,
especialmente en Guamanga. Tan poca estima
como los nísperos tuvieron las azufaifas, que también se llevaron de España. Las nueces castellanas se dieron muy bien
en la nueva España, donde había magníficos nogales, pero no se llevaron
del Perú, en cuyo lugar eran suplidos por las nueces de la tierra. Lo mismo sucedió con las
castañas. En las cercanías de Méjico, en la huerta del conde de santiago de Calirraya, se veían a finales del siglo XVII dos enormes castaños que se decían eran los primeros que
nacieron en aquel reino.
La
caña de azúcar que España no tuvo
ocasión de conocer hasta que los
invasores árabes la trajeron de Oriente
para plantarla en las vegas de Ganada,
Motril y Almunécar, fue rápidamente llevada
la recién nacida a América, donde llegaría a reproducirse con tanta facilidad que no tardando mucho las
Islas del caribe se convertirían en el
primer centro productor de azúcar de
todo el mundo conocido. Fue el propio Almirante, Cristóbal Colón, el que la
llevo a la Isla española en su segundo
viaje, como se demuestra con las palabras que dice en el memorial que envió a los Reyes Católicos por manos de
don Antonio Torres: Somos bien ciertos,
como la obra lo muestra, que en esta tierra así el trigo como el vino nacerá
muy bien ; pero hace de esperar el fruto , el cual si tal será como muestra la presteza del nacer
del trigo y de algunos sarmientos
que se pusieron, es cierto que non fará mengua el Andalucía ni Sicilia aquí, ni en las cañas de azúcar,
según unas poquitas que se pusieron han
prendido.
Dice
Fernández de Oviedo : Pues apuesto del azúcar
es una de las más ricas granjerías que en alguna provincia o reino del mundo puede haber, y en apuesta Isla – hace referencia s la Española --- hay tanta e tan buena y de tan poco tiempo acá así ejercida e adquirida, bien es que tanto más sean las gracias y el premio
que se deba dar a quién lo enseño
e puso primero por obra . Parece ser
que después de la ruina de las primeras
plantaciones de caña dulce
que hizo el Almirante, fue un tal Pedro
de Atienza , en la ciudad de concepción de la vega , el primero que
plantó caña de azúcar en la Española , siendo el alcalde de la misma , Miguel Ballester,
natural de Cataluña, precursor de los
azucareros del Nuevo Mundo. Su empresa
era pequeña y no prosperó, siendo
Gonzalo de Velosa, a costa de grandes esfuerzos y gastos, el que trajo a la
isla los primeros maestros azucareros e
instalo un trapiche, movido por caballerías, en el que se obtuvo la primera
azúcar en cantidad apreciable- Posteriormente se multiplicaron las haciendas y
trapiches por toda la isla, hasta el número de veinte ingenieros poderosos y
cuatro trapiches de caballos, mas innumerables de poca categoría. Continuamente las naos que venían de
España. Cargaban allí azúcar y melazas
para llevarlas a la Península. También la caña fue
producto de primera categoría en las
islas de San Juan, Jamaica y en Nueva España.
Garcilaso
de la Vega ,
afirma que el primer ingenio de azúcar que hubo en el Perú se hizo en tierras
de Huanacu muy a principios de la conquista, con caña que se trajo de la España.
La ruana, especialmente en las regiones más calidas.
El padre Cobo, dice que en todas las Indias era muy barata la miel de caña, el azúcar y todos sus derivados,
especialmente en la región de Cuzco, donde se cogía la mejor azúcar del
reino. El consumo de azúcar era muy
elevado en el Perú, tanto que hace decir el cronista: “ es cosa increíble y que
pone admiración ver la inmensa cantidad de dulces que se gastan en estas
Indias, que yo tengo para mi, que no debe de haber región en todo el universo
donde se consuma tanta suma, y con todo eso, sobra tan grande copia de azúcar
cada año, que se cargan muchos navíos della para España.
Según
noticias de casi todos los historiadores de Indias, los españoles a su llegada
no hallaron en ellas ningún animal semejante a los que Vivian en domesticidad
en el mundo antiguo, que se utilizaban para carga o como montura y que tan útiles fueron al
hombre en su desenvolvimiento hacia los grandes mas elevados de cultura,
facilitándole el transporte y e laborco de sus campos. Tampoco existía en América las grandes
especies de rumiantes que el hombre del viejo mundo utilizaba par su
alimentación y que los colonizadores hubieron de llevar para abastecer las
ciudades recién fundadas. Es indudable
que esta falta de animales de carne en las regiones que iban explorando los españoles,
fue una de las más importantes causas que mantuvieron el canibalismo entre los
pueblos aborígenes americanos y que obligaron a los indios a hacer las
extravagantes comidas que se encuentran descritas en las obras de Bernal Díaz,
Cieza de León Garcilaso de la
Vega y en casi todos los primeros que escribieron sobre las
costumbres de los primitivos americanos.
Las
especies animales que llevaron los españoles fueron de gran utilidad para los
indios al facilitarles los transportes, el laboreo de sus tierras y sobre todo
al permitirlas modificar sus hábitos alimentarios, con notable mejoría de su
nutrición.
En el
segundo viaje que hizo Colón a las tierras por él descubiertas, en el año 1493,
lo hizo como colonizador, llevando consigo las semillas y las especies animales
que juzgó más necesarias para el desenvolvimiento de las nuevas ciudades de iba fundando. Estas especies Zoológicas, cuyo número de
cabezas se fue incrementando en sucesivas expediciones, se multiplicaron y
extendieron tanto y con tal rapidez que pronto se encontraban en todas las
tierras conocidas. Dejando de lado los
caballos que tan importantes fueron en
todas las empresas de la conquista, la especie más interesante de cuantas
llevaron los Españoles fueron los bueyes, que con la feracidad del suelo y la
resistencia bovina a las condiciones climáticas, pronto se convirtieron en el
animal más abundante en el Nuevo Mundo, aclimatándose a regiones donde no
podían vivir las ovejas, ni otras especies fuera de de las llamas. Los bueyes labraban la tierra tiraban de las
carretas y alimentaban a los colonos, haciéndose tan populares que hasta los
indios se aficionaron a ellos y los emplearon
en sus faenas. La abundancia de
ganado vacuno era tanta, que no habían que empleo dar a sus cueros y así hacían
de ellos todos los elementos necesarios para su vida cuerda, puertas, muebles, camas, asientos y mil cosas más,
pero a pesar de este despilfarro de cuero, todos los años se enviaban a España ingente número de corambes,
así, dice el padre Acosta: “De este modo tan multiplicado las vacas en la Isla española y en otras de
aquel entorno, que andan a millares sin dueño por los montes y campos. Aprovechante de este ganado para cueros, salen negros o
blancos en sus caballos con desjarretaderas, al campo corren los toros y vacas, y las res que hiere y cae, es suya. Desuéllenla y llevando el cuero a la casa,
dejan la carne perdida por allí, sin haber quien la gaste ni quiera por la
sobra que hay de ella. Tanto que en
aquella isla me afirmaron que en algunas partes había infección, de la mucha
carne que se corrompía. Esta corambre que viene a España, en una de las mejores
granjerías de las islas y de Nueva España.
Vinieron de Santo Domingo en la flota de
ochenta y siete, treinta y cinco mil, cuatrocientos y cuarenta y cuatro
cueros vacunos. De la Nueva España vinieron sesenta y
cuatro mil y trescientos cincuenta
cueros, que los evaluaron en noventa y seis mil
y quinientos y treinta dos pesos.
Cuando descarga una flora de esta, pone tanto cuero y tanta
mercadería, es cosa para admirar “. También se llevo el ganado vacuno a Perú
desde la Isla
española, llegando las primeras vacas a
los tres o cuatro años después de la Fundación de Lima. En los primeros años que siguieron a la
llegada, las vacas nos se vendían, pues
el español que las había llevado prefería guardarlas para así. Dice el Inca Garcilaso que el primero que
tuvo vacas en el Cuzco fue el extrémenlo Antonio de Altamirano y que los
primeros bueyes que vio arar en este
valle, en el año de 1550, eran de un
caballero Juan Rodríguez de Villalobos, natural de Cáceres, que disponían de
tres yuntas. Al principio las vacas se
vendían a un precio muy elevado, hasta doscientos pesos por cabeza, pero fueron bajando en poco tiempo, y en el
año 1554, un hidalgo llamado Rodrigo de Esquivel, natural de Sevilla y vecino
de Cuzco, compro en la ciudad de los reyes diez vacas por mil doscientos
ducados, cuando en 1559 sólo se pagaban a veinte ducados por cabeza. Finalmente, sigue diciendo el Inca, en el año
de 1607, valían a diecisiete ducados por unidad, pero cuando se compraban en
grupo podían obtenerse precios aún más bajos.
Las
ovejas no podían reproducirse y extenderse en América con la misma facilidad
que la vaca, pues siendo un ganado menos resistente y poco apto para defenderse
de sus enemigos naturales por si mismo no podía vivir sin el amparo del hombre,
además no todos los pastos le eran adecuados, por lo que prospero
solamente en las zonas templadas y aun
en las tropicales, pero no logro adaptarse a las regiones más frías. A diferencia de las restantes especies
animales que lo españoles llevaron al Nuevo Mundo, la oveja nunca se hizo
cimarrona y nunca sobrevivió al
abandonar la domesticidad.
El
ganado ovino corrió la misma aventura que las restantes especies, pues fueron
enviadas desde España a la isla Española y de allí pasaron a nueva España y más
tarde al Perú, desde donde fueron al rió de la plata y tan bien a Chile, Dice el padre Acosta, hablando de este asunto: “El ganado menor ha
multiplicado mucho y si se pudiera aprovechar las lanas enviándose a Europa,
fuera de las mayores riquezas que tuvieron las Indias, por que el ganado
ovejuno tiene allá grande abundancia de pastos,
sin que se agoste la yerba en muchas partes, y es de suerte la franqueza
de pastos y dehesas que en el Perú no hay pastos propios, cada un apacienta do
quiere, por lo cual la carne es
comúnmente abundante y barata por allá,
y los demás provechos que de la oveja proceden, de quesos, leche, etc”.
Añade, seguidamente “ Habían hombres de setenta y cien mil cabezas de
ganado menor, y hoy día los hay poco menos, que hacer en Europa, fuera riqueza
grande y allá, lo son las más, no se cría bien ganado menor, a causa de ser la
yerba alta y la tierra tan viciosa, que no pueden apacentar sino ganados
mayores y así de vacuno hay innumerable multitud,” Las ovejas de castilla, así llamadas para diferenciarlas de las
llamas, a las que los españoles llamaban impropiamente carneros de Indias, se
aclimataron muy bien en ciertas regiones del Perú y se reprodujeron con gran
rapidez, pues según afirma el Inca Garcilaso, en el año 1560 aún no se despacha
carne de carnero en las carnicerías de Cuzco.
Pero en el año 1590 valía un carnero ocho reales o diez cuanto mucho y su cotización fue descendiendo hasta tener
un valor muy escaso. Es un detalle
curioso que la fecundidad de estas reses era extraordinario en el Nuevo
Mundo. Mucho mayor que la que tenían en
España. Pues eran muy frecuentes los
partos dobles y en muchos casos triples.
La lana apenas tenía demanda en los mercados, pues era tan abundante que
apenas se le daba valor.
El
ganado cabrio se propagó con mayor facilidad que el ovino por todos los países
de América, sin duda por su mayor resistencia para soportar las
inclemencias del clima y lo mismo
prospero en las tierras frías que en las calidas. Además la cabra es muy poco exigente en los
pastos, pues prácticamente como de todo cuanto se halla a sus alcances. Fernández de Oviedo, hablando en las isla
Española, dice; “Cabras se han traído de
España y de las islas de Canarias y de las de Cabo Verde, e algunos hatos hay
desde ganado, e las que mejor acá prueban, son las pequeñas guineas e de cabo verde, a aquellas islas, pero desde ganado no hay
mucho en estas islas”. <como el resto
de las especies llevadas desde España, de as Antillas las cabras pasaron a la
tierra Firme y se aclimataron fácilmente en Nueva España. El padre José de Acosta escribid a este
respecto, en el año 1590: “El ganado
cabrio también se da, y ultra de los provechos de cabritos, de leche, etc. Es
uno muy principal el sebo, con el cual comúnmente se alumbran ricos y pobres, o
porque como hay abundancia, les es más barato que aceite, aunque no es todo el
sebo que en esto se gasta, de macho.
También para el calzado adereza los cordovanes, mas no pienso que son
tan buenos como los que llevan de Castilla”.
En el Perú las cabras se multiplicaron por sierras y llanuras,
especialmente en las provincias de los
llanos, por la gran cantidad que había en ellas, de una algarroba silvestre que
llamaba guarango, que las cabras comían con entusiasmo. El inca Garcilaso de la Vega , también menciona las
cabras en sus comentarios y dice que se multiplicaron grandemente y que solo
hacían caso de las por su corambres.
Comentando
su gran fertilidad dice: “el parir ordinario de las cabras era a tres y cuatro
cabritos, como yo las vi. Un caballero
me certifico en Huacanu, donde el residía, vió parir a muchas a cinco
cabritos”. La carne de este ganado,
según afirma el padre Cobo. Se utiliza
tanto fresca como salada para sustento de los gañanes y campesinos, pero
también eran muy apreciados los cabritos que se presentaban en todas las mesas
y en todos los tiempos, pues valían muy baratos. Según este mismo historiador, las primeras cabras
fueron llevadas al Perú hacia el año 1536.
Muchos de estos animales se
hicieron cimarrones, principalmente en la isla de Juan Fernández, donde Daniel
Defoe tiempo más tarde a su Robinsón Crusoe.
Un
campesino semejante llevó el ganado porcino importado de España para
introducirse en América, pues primero se recibió en las antillas y de allí, en
sucesivas expediciones, fue pasando al continente. Al parecer el primero que llevo el cerdo
Europeo a Tierra firme fue un tal
bachiller enciso y también existen referencia de que en el año 1521, el gobernador de Jamaica,
Francisco de Garay, preparo una expedición
de mil cabezas porcinas para llevarlas al Panamá. Al llegar a los países continentes, los
cerdos hubieron de entrar en competencia con el pecari o cerdo de Indias, que tanto se ha dicho en le lugar
correspondiente, eran muy abundantes en estado salvaje y los indios los cazaban
para comerlos.
Gonzalo
Fernández de Oviedo, con referencia a la isla Española dice que: “de los
puercos ha habido grandes hatos en esta isla,
e después que se dieron los pobladores a la granjería de los azúcares
por ser dañosos los puercos para las haciendas del campo, muchos se dejaron de
tales ganados, pero todavía hay muchos, y los campos están llenos de salvajina,
así de vacas e puercos monteses, como de muchos perros salvajes que se han ido
al monte e son peores que lobos, e más daño hacen”. El padre José de Acosta, hablando
asimismo de los cerdos llevados de
España, afirma: “Lo que es cierto es haber multiplicado casi en todas partes de
India este ganado. En grande
abundancia. En muchas partes se come
carne fresca de ellos, y la tienen por tan buena y san como si fuera carnero,
como en Cartagena. En parte se han
hecho montaraces y crueles y se va a caza de ellos, como los jabalíes, como en la España y otras islas, donde
se ha alzado al monte este ganado.
En
parte se ceban con grano de maíz y engordan excesivamente, para que den manteca
que se usa a falta de aceite. En partes
se hacen muy escogidos perniles, como en Toluca, en la Nueva España , y en Paris, del
Perú, El inca Garcilaso de la Vega , dice que: “El año de mil y quinientos y sesenta valía
un buen lechón en el Cuzco diez pesos, por este tiempo valen a seis y siete y
valieron menos si no fuera por la mantecada, que la estiman para curar la sarna
de ganado natural de aquella tierra y
también por que los españoles, a falta
de aceite, (por no poderlo sacar), guisan de comer de ellas los viernes y las
cuaresmas, las puercas han sido muy
fecundas en el Perú. El año de mil
quinientos y cincuenta y ocho vi. dos en la plaza menor de Cuzco con treinta y
dos lechonas, que habían parido a diez y seis cada una, los hijuelos serían de
poco más de treinta días cuando los vi.
Estaban tan gordos y lucios que causaban admiración como pudiesen las
madres criar tantos juntos y tenerlos tan bien mantenidos”.
Eran
los puercos el ganado que llevaban siempre los españoles en sus
expediciones, no solo para que se
produjeran en las nuevas tierras descubiertas, sino también para mantenerse de
ellos, pues son animales muy fecundos y se reproducen rápidamente. Al Perú los llevó su mismo conquistador,
Francisco Pizarro, en el año de 1531.
Crecieron y se multiplicaron tan en breve, que al decir el padre Cobo,
la primera carne que se pesó en la carnicería de la recién fundada ciudad de
Lima, fue la de uno de estos
puercos. Se conserva una disposición de
Cabildo de esta Ciudad de los Reyes, fechada en agosto de 1536, un año después de su fundación, en la que se
estipula que se matase cada día un
cerdo y se vendiese su carne a veinte
reales la arroba, prohibiendo en cambio que se sacrificara ningún otro de los
ganados que había sido importados de
España. Pronto fue tanta la abundancia
de puercos que sólo se aprovechaban para su manteca, sus perniles, y su carne
magra, con la que se hacían longanizas y otros distintos adobos. También dice le padre Cobo, con respecto a
este animal extraordinario que no tiene desperdicio y el un eximio escritor
contemporáneo ha calificado de ”bendito”
“haberse multiplicado los puercos
con tanto exceso en muchas partes, que se han hecho cimarrones y andan en
grandes manadas por los campos y desiertos, sin dueño, con que se hacen bravos
como si fueran jabalíes. En la isla
Española hay mucho desde ganado alzado, y van a caza del como de cualquiera
otros animales monteses. La carne de los
puercos montaraces no es tan buena como la de los mansos, por ser mucho más
flaca y no de tan buen gusto. Cuando se
matan muchos en la caza, lo que hacen para guardar algunos días la carne sin
que se dañe es asarla en Vacoas, la cual, así guisada, van gastando después de
los guisados, lo cual aprendieron los
españoles de los indios que no supieron
hacer otro género de cocina sino este, para guardar por algún tiempo la carne.
La cual, aunque no se corrompe luego, no
dura tanto como salada. En algunas tierras calientes se tiene por tan sana la
carne de puerco fresca, que la dan a los enfermos juntamente con las ves, y,
así, se matan cada día en los hospitales los puercos que son necesarios, y en
los hospitales los puercos que son necesarios, y en las carnicerías se pesa
todo el año su carne para proveimiento del pueblo”.
Ya se
ha hablado anteriormente de los pequeños hutías o curie a los que denominaban conejos de indias, pero
también se importaron de la península los típicos conejos españoles, de ello da
fé Fernández de Oviedo, que dice: “Hanse
traído conejos blancos e prietos a esta ciudad, algunos hay en las casas de
algunos vecinos particulares, pero no extranjería útil, por lo que se ha visto de su aumentación en
la islas de canaria, e naturalmente son dañosos en los heredamientos”. También los mencionan Acosta y Cobo, diciendo
este último “Aunque en muchas partes de estas Indias se hallaron conejos monteses
de la misma especie que los de España, con todo esto, ni los había en este
reino del Perú, fuera de la providencia de Quito, ni nacían alguna de Indios
usó criarlos caseros, y así todos los que criarían caseros los españoles en este reino del Perú,
son traídos de España, y de estos no sé que se hayan hecho montaraces. Trajeron al principio de la población de este
reino con los demás animales europeos.
Hay muchas conejeras de ellos en esta ciudad, a donde vale un conejo de
seis a ocho reales”. El Inca Garcilaso
habla intensamente de estos roedores y cuenta una curiosa historia a este
respecto: “Tampoco había conejo de los
campesinos que hay en España, ni de los que llaman caseros, después que yo salí del Perú los han
llevado. El primero que los llevó a
jurisdicción del Cuzco fue un clérigo
llamado Andrés López, natural de
Extremadura, no puede saber de que ciudad
o villa. Este sacerdote llevaba
en una jaula dos conejos, macho y hembra, al pasar de un arroyo, que esta a
diez y seis leguas de Cuzco, que pasa por una vereda llamada Chinchapueyu, que
fue de Garcilaso de la Vega ,
mi señor, el indio que llevaba la jaula se descargó para descansar y comer un
bocado, cuando volvió a tomarla para caminar halló menos uno de los conejos que se había salido, por una verguilla rota
de la jaula, entrándose en un monte bravo que hay de alisos o halamos por todo
el arroyo arriba y acertó a ser la hembra, la cual iba preñada y parió en el
monte, y con el cuidado de los indios tuvieron después que vieron los primeros
conejos de que no los matasen, han multiplicado tanto, que cubren la
tierra. De allí los han llevado a otras
partes, críanse muy grandes con el vicio de la tierra como ha hecho todos los
demás que han llegado de España.
Acertó
aquella coneja a caer en buena región de tierra templada, ni fría ni caliente,
subiendo el arroyo arriba, van participando de tierra más y más fría hasta
llegar donde hay nieve perpetua y
bajando el mismo arroyo van sintiendo más y más calor. Hasta llegar al rió llamado Apurimac que es
la región más caliente del Perú. Este
cuento de los conejos me contó un
indiano de mi tierra sabiendo que yo
escribía estas cosas; cuya verdad remito
al arroyo, que dirá si es así o no si los tienen o le faltan. En el reino
de Quito hay conejos casi como los de
España, salvo que son muchos menores de cuerpo y más oscuros de color, que todo
el cerro del lomo es prieto, y en todo lo demás son semejantes a loa de España. Liebres no las hubo, ni sé
que hasta ahora las hayan llevado”.
Las
aves que poblaban los corrales de los pueblos de España también pasaron a ser
huéspedes de las nuevas tierras descubiertas por los españoles. Hay un texto de
Gonzalo Fernández de Oviedo que da algunos detalles de cómo entraron en América
las aves de corral europeas, en el que dice: “ Hanse traído
A
esta isla e a las otras comarcas e
a la
Nueva España y
a tierra firme muchas gallinas e gallos de los nuestros de España, e Hanse
hecho muy bien y en grande abundancia, e hay muchos e muy hermosos capones y en
gran cantidad en todas estas partes e
indias. Hanse traído muchas palomas duendas, e críanse bien e hay muchas de
ellas en esta ciudad, en muchas casas y en los heredamientos e otras partes se
apuesta isla Española, donde hay
poblaciones de cristianos. Hanse traído algunos pavos de los de castilla; pero no se hacen ni
multiplican bien como en España. Y lo mesmo digo de los enseres de castilla, porque las que
acá vienen, no multiplican ni se dan tan bien como allá, aunque hay algunas
ánades de las caseras de Castilla que se han traído asimismo, e hanse hecho muy
bien e hay muchas de ellas, puesto de estas hay acá, naturales, infinitas, pero
más chiquitas”.
El
padre Bernabé Cobo, da interesantes pormenores sobre la presencia de las aves
de corral española en las tierras americanas: “ En algunas historias que han
salido a la luz, he leído como en algunas tierras, entre los demás bastimentos
que los indios ofrecían a los españoles, solían presentar gallinas; de donde
podrían inferir alguno que no se trajeron
de España, sino que las debía de haber en esta tierra, pero creer en esto seria
manifiesto engaño, porque, aunque muchas
veces hacen mención de gallinas las historias de Indias, no se ha de entender
que hablan de las nuestras , sino de las de la tierra; porque en la Nueva España suelen llamar con
nombre de gallina a las pavas de la tierra ; y en el descubrimiento y conquista de las provincias del
Paraguay y Tucumán se hace también
mención algunas veces de gallina, por
haberse hallado allí unas aves tan parecidas a ellas, que me certificó don
Francisco de Alfaro, oidor de las audiencias de los charcas, que por orden de
su majestad visito aquellas provincias (
el cual, por ser persona curiosa, iba de camino
advirtiendo los secretos de la
tierra).
·
EL
FUTURO DE LA COCINA
Del
placer a la felicidad:
En el
último apartado del capítulo anterior consideramos la gastronomía el
“arte” de comer, bajo el aspecto
puramente hedonista en que suele ser tratada.
Nada tiene un biólogo que oponer al placer, único modo de que el animal
dispone para decidir lo que le conviene hacer, ni menos al placer causado por
la satisfacción de la necesidad básica de todo ser vivo, alimentarse. En si, el placer es, para todo animal, la
señal de lo que es bueno para él, y el dolor la de que es malo,
perjudicial; Las excepciones a la regla
deben ser raras en estado natural y, bien analizadas, probablemente la
confirmarían. Por consiguiente, el
hombre, un ser vivo más, un animal más, se ve imperiosamente atraído a buscar
el placer, tanto como a evitar el dolor.
En este sentido soy plenamente hedonista y no quiero vivir fuera de la
naturaleza. Pero se nos plantea el
problema de cuál es el tipo de placer que exige la naturaleza peculiar del
hombre, aquello en que el hombre tiende al modo especial de disfrute que
denominamos felicidad; todo placer (incluso todo placer elevado a disfrute)
conviene a una naturaleza en cuanto sea
capaz contribuir o al menos de incorporarse a nuestra felicidad, y perjudica
si, de algún modo, se opone a nuestra felicidad, a ese disfrute de grado
superior.
Para
atisbar en qué pueda consistir la felicidad (y en consecuencia, contribuir a
ella desde la actividad culinaria) tenemos que reflexionar un punto sobre la
índole de nuestra naturaleza humana, ya que la felicidad solo puede venir de
actuar conforme a la ley de nuestro propio desarrollo para disfrutar – en lo
posible – con la percepción, sin duda placentera, de que se expande libremente
nuestra individualidad.
Como
sabemos, la palabra, que define la naturales humana, surgió (en el homínido que
emprendió la actividad culinaria) de la necesidad de satisfacer dos objetivos
que le eran impuestos por el ejercicio de dicha actividad. El primer objetivo es la posibilidad de
explorar cada vez más el pasado para proyectar acciones con previsión
creciente; en este sentido, gracias a la
palabra, el homínido se elevó desde emprender sólo acciones de urgencia con la guía exclusiva de los
datos directos ofrecidos por los órganos de los sentidos, a la abstracción
creciente de pensamiento que permita prever acciones cada vez más ambiciosas y complejas. El segundo objeto de la palabra es, desde su
origen, servir de vínculo a la cooperación entre los hombres en su incesante
esfuerzo para transformar la realidad en
su beneficio, por la vía que fue abierta, precisamente, por la actividad
culinaria.
Entendida
así la naturaleza humana (por la facultad, que distingue al hombre de los demás
animales, de elevar a pensamiento cada vez más verídico y complejo la experiencia ganada en una actividad que integra un número
creciente de personas), la felicidad de cada uno no puede consistir sino en la satisfacción de si mismo de esa doble
manera complementaria, en pensamiento y
en cooperación solidaria. Así definida,
la felicidad se diferencia del mero hedonismo en dos caracteres que aparecen
obvios: 1) por una parte, el objetivo del hedonista es realizar una cadena discontinua (discreta) de acciones
que procuren placer, y 2)por otra parte, la procura de placer se entiende como
un impulso, por definición, egoísta, ya que se circunscribe a sensaciones del
propio cuerpo, y los demás hombres son entendidos como colaboradores o como
posibilitadotes del propio placer. No puede dudarse de que el placer(la satisfacción
de una necesidad somática apremiante) es algo realmente fundamental de nuestra
naturaleza, sobre lo que todo lo demás, de algún modo se verifica; en efecto,
el hombre es un animal, y el placer
puede decirse que constituye el objetivo principal del animal, casi siempre
sometido al apremio de necesidades inmediatas. Pero precisamente la
palabra----que procura emancipar al hombre de la presión de lo inmediato y que
nace de la solidaridad--- destrona al placer y lo somete a la conquista de
felicidad.
Ante
todo, es obvio que el mismo hedonista procura---a diferencia de un animal--- no
recaer en la repetición del mismo placer, y se esfuerza en que, de algún modo,
el placer pasado modele el nuevo. A ello es impulsado por la ley de su
naturaleza de hombre, esto es, por el hecho de realizarse en pensamiento, a
saber, en palabras evocadoras de sensaciones de los demás sentidos sometida a
aquéllas. Así se entiende que, en el hombre más sensual, el placer genésico se eleve a erotismo, esto es, a un
placer deseado y proyectado sobre la rememoración por el pensamiento de placer
anterior. Y lo mismo puede decirse del gastrónomo, que procura elevar a
disfrute de la cocina bien hecha y bien regalada, el placer animal derivado del
sabor de la cocina bien hecha; un joven vigoroso que ha realizado un ejercicio
estimulante gozará al satisfacer su apetito de más placer que el gastrónomo,
pero este lo eleva a disfrute de los sabores, y, me atrevo a decir más, a
disfrute de su conocimiento de los sabores , y olores ( de sus matices, de su
procedencia, de su oportunidad, etc.). De forma parecida a como el aficionado a
la caza disfruta de ella, en buena parte, de un anticipo de sus comentarios con
los otros cazadores.
Ahora
bien, el disfrute hedonista modela el correspondiente placer con el
pensamiento, pero sin que éste---por la definición misma del objetivo del hedonismo--- pretenda
influir favorablemente sobre la personalidad del que lo goza. Sin embargo, lo
característico del hombre en realizarse todo él en pensamiento; el hombre
sólo puede posesionarse de algo (en
anticipación, en comprensión activa, en el recuerdo) con la ayuda evocadora de
la palabra---audible o interior---que teje, en una trama unitaria, todos los
contenidos de la conciencia y que es capaz de organizarlos todos conforme a un
proyecto, cada vez más definido y más integrador, que se extiende en un solo
proceso desde el nacimiento a la muerte. Me parece que el hedonista---con
desprecio de la ley y posibilidades de su naturaleza---se satisface con que su pensamiento
se desarrolle de modo que consiga influir favorablemente de un disfrute de
placer al siguiente, separados por períodos que él considera vacíos
de realización personal y sólo dedicados a acumular recursos y a ponerse
en condiciones de conseguir un nuevo disfrute de placer (un amante, la buena
mesa, un hobby, sea el que sea).
Este
fraccionamiento de la actividad del hedonista y, sobre todo, la
subordinación de su vida total a un
aspecto parcial, efímero, y, en cuanto tal, fútil de ella se opone a la
posibilidad de que el pensamiento ofrece al hombre de concebir, en cada
momento, su vida entera como proyecto ascendente a cuya realización puede aplicarse continuamente (*)
Dejándome
llevar del gusto, que rara vez puede permitirse
un científico, de saltar
informalmente de un tema a otro, según el capricho de su imaginación no
resisto a la tentación de hacer un inciso biológico. Si la felicidad radica en la posibilidad de
desarrollar la vida conforme a proyecto – y a proyecto necesariamente social, altruista – la conquista de felicidad
parece algo maravillosamente nuevo que nos diferencia esencialmente de los
animales. Pero como siempre sucede, así
es con la importante salvedad de que lo nuevo está amasado con lo viejo; de
modo que eso nuevo que corresponde al hombre
(el anhelo de felicidad estaba ya en germen en el animal, y no ha
sucedido más que un despliegue de nuevas
posibilidades que la vieja conciencia animal fue desplegando cuando el homínido
adquirió, cocinando, la facultad de hablar.
Desmitificar el origen del hombre para conocerlo en su verdadera
naturaleza, lleva a desmitificar la felicidad, pero, también a conocerla mejor
para esforzarnos con mejor conocimiento de causa tras ella. Pienso que, del mismo modo que el hombre
procede del animal, la felicidad ha de consistir en el impulso animal a
subsistir, elevado por la palabra, a un
nuevo modo, a nuevos contenidos de conciencia.
Volvemos a enfrentarnos con la alimentación, ciertamente, la función
básica de los animales, que aplican la mayor parte de su actividad a buscar
comida, de modo que sucede decidirse que el impulso básico del animal es
comer. Pero esta verdad puede enunciarse
con mayor profundidad diciendo que, continuo impulso hacia el alimento, el
animal persigue mantenerse vivo, dicho
de otro modo, la alimentación no es el
fin en si del animal, sino el medio de que dispone, como foco de toma de
noticia de la realidad, para modelarla
de modo que le proporcione la energía necesaria para persistir como tal foco.
Etc., Así pues, persistir como foco de conciencia es el fin del animal y
alimentarse el medio único de conseguirlo,
Claro
que, en los animales, la dura concurrencia entre ellos hace que el foco de
conciencia entre ellos hace que el foco de conciencia que es cada animal apenas
alcance a conseguir el alimento necesario para sostenerse como tal foco; en de
modo que, visto desde fuera, parece como si el animal comiese para seguir
comiendo (un hedonista diría el fin del
animal es el placer de comer).
*Nadie se opone
conscientemente a la apropia felicidad, de modo que el hedonista carece de
proyecto de vida por causas ajenas a él, por vicios del medio social cuya falta
de proyecto, desorienta las iniciativas particulares que tienen que tomar
sentido del desarrollo de la sociedad.
El transcurso de
nuestra reflexión improvisada sobre las perspectivas de la cocina, nos ha
llevado a analizar el hedonismo, perturbación del normal desarrollo de la
personalidad, que se da preferentemente en personas acomodadas. Mucho más extendido y profundo en el daño
causado en quienes se ven impedidos de sentirse dueños de su destino, por la inseguridad del mañana, por la
necesidad apremiante de subsistir, como se puede, día a día, o por la sujeción
forzosa a un trabajo rutinario.
En consecuencia, al
hombre actualmente libre, le es imposible realizarse si no siente que su
actividad repercute favorablemente, de un modo u otro, sobre la estructura
misma de la sociedad en que vive.
De
este círculo incesante, en que el animal se debate bajo el imperio de una
rigurosa necesidad, comienza a liberar el homínido al transformarse en hombre
con la conquista de la palabra que le fue emancipando del medio implacablemente
competitivo que unos animales constituyen para otros, y elevándolo al medio cooperante
que unos hombres tejen para otros (la sociedad).Es evidente que, al producirse
este crucial cambio evolutivo, la
conciencia animal se emancipa del apremio, del mero subsistir y comienza a desarrollar (en el curso de cada vida humana y a lo largo de la evolución de la
humanidad), sus contenidos plasmados en proyectos cada vez más amplios y
seguros, con ayuda de una memoria cada vez más extensa, trabada por un
pensamiento cada vez más verdadero, y más generalizador (más abstracto). De
este modo el hombre salta del impulso momentáneo animal ante estímulos directos
al entusiasmo sostenido (a la pasión). Ante proyectos bien concebidos que han
de realizarse, siempre, en cooperación, en los que él se realiza en pensamiento
comunicable. Del placer asciende a la felicidad.
Así
entendida, la felicidad (nacida, como el placer, de la capacidad de reaccionar
a la muerte inevitable) se intensifica con la claridad y con la amplitud del
proyecto de actividad que, para sí, el hombre concibe en cada momento de su
vida y con la disposición de los medios necesarios para irlo realizando. En
otras palabras, es el disfrute por la
emancipación creciente de la necesidad---por la conquista de libertad---que,
según lo dicho, nace, en definitiva de la elevación del placer (de la
satisfacción de la necesidad inmediata) a ese plano más alto de actividad al
que el hombre fue llevado por la palabra. Ni que decir tirar que, en
consecuencia la felicidad tiende hacia dos límites, hacia los cuales, en mi
sentir, Goethe se esforzaba con una notable clarividencia que, tal vez,
constituya su máxima enseñanza.
El
primer límite que la realidad impone a la felicidad es el de la propia vida, de
la que cada hombre debe procurar (con ayuda de los demás) un gran proyecto
integrado, en el que vaya cristalizando y generándose, en pensamiento cada vez
más rico y unificador, las propias
facultades y la propia historia personal. Una buena educación habría de ir
constantemente trabajando el pasado (la memoria) del educando en un proyecto
cada vez más ambicioso hasta llegar a esa cima en la que se otea la propia tarea hasta la muerte, en la
que ha de realizarse el individuo. Así se establece el límite infranqueable de
la lucha del hombre contra su muerte forzosa: así entendida, la vida feliz es
como la trayectoria bien conducida de un astro de luz cada vez más intensa que
se extingue en el momento de máxima claridad.
Pero,
en mi sentir, la solidaridad (que constituye el fundamento del origen y del
progreso de la palabra---del pensamiento---) dilata más allá del límite marcado por la propia muerte la perspectiva de la
libertad, y por tanto, de la felicidad, para el hombre. El proyecto de cada hombre puede contribuir a un proyecto
supraindividual, colectivo, que
puede tener un alcance creciente y, así,
ser fuente creciente de libertad ----ciertamente al turista---. Al hombre
educado, conforme a su naturaleza en
solidaridad, esta trascendencia de la propia labor le hace de algún modo
vencedor de la muerte y le procura más felicidad. Estos proyectos
supraindividuales, que tienden a la máxima
apertura de felicidad de cada uno y para todos, me parece que pueden
dirigirse hacia dos grandes objetivos, a saber: 1) todo cuanto contribuya a resolver los conflictos humanos en cooperación, y 2) todo cuanto contribuya a
organizar todo el pasado humano, la
previa experiencia social de la humanidad, en pensamiento capaz de orientar la
acción para alumbrar, nuevo pensamiento.
Entregándose a tales objetivos, no sólo impulsa la evolución humana con el desarrollo de su propia vida
(lo que, de algún modo, todo hombre hace y tanto más cuanto más previsores sea
los proyectos personales que se suceden en su vida), sino que lo realiza de modo consciente, da sentido a su vida
personal en términos del medio humano (la sociedad) esforzándose en entender
las líneas de progreso de éste y, así se puede realizar un proyecto que rebasa
su vida y que la incluye. Me parece que éste es el único medio de que
disponemos para sentirnos sobrevivir en una estela, ciertamente efímera, que
ayude al gran proceso de la cultura
humana en el que han culminado los mil
millones de años de la evolución
biológica.
Tal
parece el camino que conduce desde el placer animal a la felicidad humana
entendida con la mayor amplitud que puedo.
Antes de terminar este libro, con el examen de las perspectivas que abre
para la cocina su obligación de ponerse al servicio de la felicidad
humana. Voy a hacer tres
puntualizaciones que sirvan de colofón a este inciso sobre la felicidad.
Ante
todo, quiero puntualizar que la
evolución biológica nos enseña que lo previo e inferior se conserva remansado
en lo ulterior y superior (por ejemplo, el protoplasma se conserva en la célula
como condición de ésta; y, análogamente,
la célula, en el animal; etc.) Lo
anterior significa que el placer, y, sobre el placer, el disfrute no se oponen
a la felicidad, sino que, por el
contrario, la felicidad se edifica sobre ellos, constituyen su base, los
necesita. Sobre el dolor y la necesidad
no hay disfrute, ni sin disfrute hay felicidad.
En particular, pues, hemos de conservar celosamente el placer de la
comida y el disfrute de ella como base de la actividad culinaria puesta al
servicio de la felicidad.
En
segundo lugar, conviene tener en cuenta que la biología nos enseña así mismos
el hecho de que todo conjunto complejo evoluciona siempre bajo el orden que
impone el progreso de lo superior ( por ejemplo, hoy la evolución conjunta de
todos los seres vivos está gobernada por el proceso del ser vivo superior, del
hombre) En consecuencia el placer debe
estar gobernado por el disfrute y el
disfrute por la felicidad; lo contrario (poner la felicidad en el
disfrute y éste en el placer) supone un trastorno de las leyes naturales que se
traduce, primero en felicidad y, luego, en la ruina del disfrute y del placer
mismo, parece evidente que, en el mundo
actual, se da con gran frecuencia esta subversión de valores y que, para ser
felices, debemos recusar, no el hedonismo, sino un hedonismo extraviado, como el que se basa en el afán de poder o de
posesión, en el disfrute del éxito, etc, que a la vista salta que son opuestos
a la naturaleza humana o a su sano desarrollo y, por tanto, antisociales y
contrarios a loa propia y a la ajena felicidad.
Por
último la biología enseña asimismo que la vida está construida sobre la muerte y que, por tanto, la
felicidad humana es y serpa siempre insegura y limitada, está estará
continuamente amenazada por la enfermedad y por la muerte, y es más, las
perspectivas mismas de desarrollo progresivo que se ofrecen a la humanidad
entera cuando entre en un cauce pacífico de progreso integrado seguirán siendo
inseguras y limitadas. Cortar con esto
enfrentarse serenamente con la verdad objetiva de nuestra última limitación,
debe ayudarnos a conseguir lo más plenamente posible la felicidad que corresponde a nuestra
naturaleza, a saber, la felicidad entendida como permanente camino hacia ella
misma, que ha de ser objeto de conquista diaria.
La
cocina al servicio de la felicidad:
Hemos
expuesto que a la actividad culinaria se debió el primer disfrute humano
conseguido sobre un placer animal; la cocina enseño por primera vez a disfrutar
con una obra humana bien hecha; en concreto permitió educar el paladar
y, recíprocamente, ella se perfeccionó sujetándose a las exigencias crecientes
de éste. Por otra parte, la naturaleza
del hombre es tan solidaria que exige disfrutar de la buena mesa - como de la música entre amigos,
despaciosamente, compartiendo en común la obra hecha. Nada de esto puede perderse, ni el disfrute
gastronómico ni el modo de gozarlo.
Ahora bien, me parece que, como punto apremiante del orden del día del
progreso humano, está elevar un peldaño más la función de la actividad
culinaria y hacerla pasar de servidora del disfrute a servidora de la felicidad
humana. Bien entendido que el paso hay
que lograrlo sobre la base de lo conseguido anteriormente, sin desvirtuarlo
sino depurándolo aún más, del mismo modo que el disfrute de la buena mesa conlleva
necesariamente el placer de satisfacer el apetito (es, a fin de cuentas, ente
placer realizado al modo propio del hombre).
¿De
qué modo puede ponerse la actividad culinaria al servicio de la felicidad?
Según lo dicho en el apartado anterior, la actividad culinaria puede contribuir
de una doble manera a la felicidad humana y urge ponerla en condiciones de que
lo haga. Me parece que, con el apoyo de
la enorme experiencia encerrada en las cocinas tradicionales, la actividad
culinaria tiene que cumplir dos exigencias muy importantes. La primera es producir, no sólo una comida
plenamente agradable, sino la comida conveniente para mantener el cuerpo, hasta
la edad más avanzada posible, en el estado de plena salud necesario para el
ejercicio de la facultad intelectiva cuya realización organizada, armónica, le
proporciona felicidad, la segunda tarea urgente de la actividad culinaria es
extender el beneficio anterior a todos los hombres. Preguntémonos ahora, ¿Cómo
podrá la actividad culinaria
elevarse - sin dejar de satisfacer el disfrute gastronómico
–a cumplir estos dos grandes objetivos, tutelares del hombre, en que parece
culminar su rango evolutivo de gestora, de madre, del primer hombre?
Con
respecto al primer punto, parece contarse con una baza muy positiva. Se trata de la posibilidad real de que la
biología (la ciencia que corresponde a la actividad práctica que es la cocina)
se eleve, en nuestros tiempos, desde el nivel todavía empírico en que se
encuentra, a un pensamiento teórico (científico) ajustado a su objeto, el ser
vivo. Por otra parte, proporcionar al
hombre el alimento que pide su cuerpo no es nada excepcional; se trata de un
mero problema de nutrición animal, en el hombre (como en cualquier especie animal) el cuerpo y la psique dependen
entre sí del modo más íntimo, de modo
que, como dice el aforismo antiguo, el buen ejercicio de la mente requiere un
cuerpo sano(*) .Ahora bien, el cuerpo del hombre, como el de
cualquier otra especie, tiene su propia ley de desarrollo que hay que conocer
lo mejor posible para aplicar unas normas educativas e higiénicas de todo tipo
que, a partir de las facultades congénitas de cada niño, consigan un hombre
sano de cuerpo y espíritu, y que, luego, mantengan en plena actividad a este
hombre, en beneficio de sus semejantes, durante el mayor tiempo posible. Dada la capital importancia para todo ser
vivo de la alimentación, excusado es decir que, entre estas normas, tienen un
lugar muy importante las alimentarías, a las que habría de obedecer la actividad
culinaria, que pueden ya dictarse con buen conocimiento de causa gracias a los
grandes progresos logrados por la ciencia de la nutrición a lo largo de los siglos XIX y XX, en cuya historia no es éste el lugar de
entrar. Como biólogo, he de afirmar
aquí que el animal (y, por tanto, el
hombre) se alimenta para alimentar sus células; de modo que aplica la
actividad corporal a conseguir
alimento, vegetal o animal (transformado
culinariamente en el caso de hombre) a masticarlo y a deglutirlo hacia una
actividad donde se demuele por digestión en alimento apropiado para sus
células. Pues bien, gracias a la
ciencia de la nutrición se conoce cada vez mejor: 1) las necesidades alimentarías de las
células, 2) el contenido de alimento celular en los alimentos del hombre, y 3)
cómo el aparato digestivo transforma el alimento que ingiere en alimento para
sus células. Pues bien, pienso que estos
conocimientos deben elevarse a normas racionales que guíen la actividad
culinaria, al servicio de la felicidad
humana, estudiando aspectos tan importantes como los siguientes.
En
primer lugar, señalemos que la composición y la cantidad del alimento deben
pegarse a las necesidades, energéticas y de reposición o desarrollo tisular, de
cada persona, tendiendo en cuenta la edad, la intensidad de su actividad
(profesional, deportiva, etc), los desgastes climáticos, el estado de salud y
la idiosincrasia, etc. Y se trata, no
sólo de la composición y cantidad de la comida, sino de un ajuste análogo de su
dificultad de ser digerida, de su sabor y de la variedad de platos. En particular, el niño debe ir educando,
desde que pasa de la lactancia, su
aparato digestivo y su paladar para incorporarse insensiblemente a la cocina
doméstica. Hay también que puntualizar que los platos (mejor dicho,
el conjunto de platos de cada comida) deben ofrecer una dificultad digestiva
conveniente, a saber, variable entre escaso margen y ni tan grande que resulten
pesados de digerir ni tan débil que no ejerciten la función secretora del
aparato digestivo, ni su motilidad; con lo que un sistema de órganos tan
central e importante podría volverse perezoso y no desarrollar su plenitud
fisiológica.
(*) Me refiero sólo
al ejercicio mental, no a la calidad de
lo que resulte de este ejercicio que no depende en modo alguno de lo que coma
sino de los contenidos de la conciencia brindados a cada persona por su medio
social.
En
segundo lugar, la ciencia de la nutrición, basada en la biología, bebe orientar
la actividad culinaria de modo que ésta consiga platos en los que vayan de la
mano la dificultad digestiva y el rendimiento en alimento celular. Esto
permitiría que la población pudiera
educar su sentido de la sociedad y, de este modo, disfrutar con la comida sólo
hasta haber consumido la cantidad que permite mantenerse en el peso óptimo, con
ventaja inapreciable para la salud.
Voy a
referirme a un tercer punto: la ciencia de la nutrición debe proporcionar a la actividad culinaria
unas directrices claras para educar el paladar y con ello permitir un sano
disfrute gastronómico. Creo que es fundamental que la cocina enseñe a que los
platos sepan inequívocadamente, conforme a tradición, a lo que contienen, para
lo que la cocina de cada país, 1) debe
evolucionar lenta , prudentemente, sobre la base de los gustos
establecidos, 2) los sabores deben ser
variados pero no excesivamente, para no rebasar
de la capacidad de diferenciar los componentes digestivos del estímulo, ejercido por los alimentos, 3) deben
agilizarse los sabores a medida que lo permita el progreso de la calidad y tipificación de las materias primas. Dentro de este tercer punto, pienso
también que, en el futuro, la mejor organización ha de permitir que toda la población coma el viejo buen modo:
con el apetito justo, en ambiente grato, despacio y despreocupadamente, guardando ciertas formas y disfrutando de buena
conversación.
Así
pues, con bastante facilidad, la ciencia de la nutrición puede contribuir a que
la actividad culinaria prepare comidas apropiadas, no sólo para ser
disfrutadas, sino, además, para mantener
la plenitud funcional del hombre, al servicio de se felicidad. Pero esta
perspectiva luminosa está velada por oscuras sombras que no puede disipar la
biología teórica; como siempre, hay un
conflicto grave entre la corriente
superior del pensamiento (entre la ciencia conductora de la actividad
superior) y los intereses creados que se
oponen al progreso. Sólo una mejor ordenación social, urgente por tantas otras
razones, podrá oponerse a tantas
prácticas alimentarías nefastas que está imponiendo rápidamente una sociedad deshumanizada, seto
es, movida por el impulso antisocial de
vivir unos a expensas de otros. El afán
de beneficio no sólo impide que la actividad culinaria se eleve a
práctica racional desde su empirismo depurado por siglos de experiencia, sino
que está arruinando las grandes tradiciones culinarias por los hábitos y
productos que inundan todo el mundo
desde los países llamados desarrollados, con ayuda irresistible de la
publicidad de la gran industria alimentaría. Ejemplos flagrantes de esta
invasión irracional son: las comidas
rápidas (fase foods), las comidas precocinadas más frecuentes, la denominada
cocina norteamericana (frankurter, hamburger, aderezada con cat-soup,
sándwiches mixtos, etc ), la mezcla desordenada de diversas cocinas
tradicionales, los polvos para preparar postres y sopas, las bebidas, el abuso
del alcohol, el azúcar enmascarado, los alimentos para adelgazar, las
industrias de dietéticos infantiles invasoras sin adaptación de amplias
áreas y un largo etcétera.
Del
segundo gran objetivo de la actividad culinaria (ponerse al alcance de toda la
población humana) puede decirse algo parecido al primero. También frente a este objetivo estarían en abierta
contradicción las posibilidades que
ofrece el desarrollo de la ciencia y de
la técnica y la tenaz resistencia que opone y ha de oponer el status quo
social. Falto de preparación para tratar con alguna profundidad el tema, voy a
limitarme a esbozar someramente cómo lo entiendo.
Me
parece que el desarrollo alcanzado por la biología y por la
agricultura y ganadería permitiría, aplicado racionalmente, alimentar del modo
noble señalado a toda la población humana actual y a la futura, creciendo a un
ritmo y hasta el límite conveniente. Para ello se imponen las siguientes
medidas: 1) Dado que la ciencia de
la nutrición nos dice que se puede preparar un alimento excelente para el
hombre con alimento predominante vegetal, y dado, también el hecho de que este
alimento se produce con mucho más rendimiento que la carne, pienso que habría
que dedicar al cultivo de plantas destinadas a ser consumidas directamente por
el hombre todas as tierras aptas para ello y sólo dedicar a ganadería el margen
de prados por la explotación racional del suelo (y por la producción de una actividad
pesquera racional),. Es los que deberían
imponer a la actividad culinaria sus normas de combinación de platos en
las comidas. Comer lo que la tierra
racionalmente explota produce, preparado
de modo óptimo para nutrir bien y ser paladeado con disfrute es lo que parece
servir la felicidad general y de cada uno.
2)
Hasta que coman todos los hombres del mejor modo científicamente concebible, la
agricultura debería ser la actividad productiva fomentada de preferencia en
toda colectividad. De hecho, en cambio,
hoy, con un tercio de la población humana sufriendo penuria de alimentos, a la
agricultura sólo se le destina 6 por
ciento a la conservación transporte y trasformación de los alimentos.
3)
Venciendo las dificultades que nuestra organización social de mano a los
cultivos que exigen una aplicación de mano de obra grande o urgente, habría que
reconsiderar seriamente el recurso a las leguminosas como cultivo básico, no
sólo por su gran rendimiento en proteínas, sino por su papel central en los
equilibrios ecológicos de las tierras cultivadas, papel que equipara estas
plantas, a este respecto, a los rumiantes entre los animales.
4)
Por último, los enormes medios técnicos puestos a punto por las industrias de
conservación y transformación de alimentos constituyen el instrumento objetivo
que puede educar a toda la población a
comer bien (con disfrute gastronómico) y racionalmente (de modo propio para
conservar una plena salud) y facilitar esta comida a amplias capas de la
población. Claro que la industria
alimentaría, para desempeñar este elevado cometido, ha de someterse a la
conducción por la ciencia y por los grandes maestros de la actividad culinaria.
A
esta cara positiva se opone la ley de nuestra sociedad que no persigue la
felicidad de todos (ni, en verdad, la de nadie) sino el mayor beneficio
económico de algunos. Esta ley impide la
canalización de capital para la agricultura; al contrario, procura reducir el
gasto relativo en alimento, pero rentable por la escasa elasticidad de este
consumo (no se puede comer ad limitum)
y poco sujeto a innovación (las especies
vegetales cultivadas y las animales domésticas comenzaron a explotarse en el neolítico); todo con el fin de que los consumidores
apliquen la mayor parte de sus ingresos a productos industriales de rápida
innovación y emulación antisocial para poseerlos. Sin hablar de las enormes sumas que la
irracional estructura del mundo dividido en Estados antagónicos) destina, con
gran beneficio de pocos, a la
infelicidad radical de todos.
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